"Uno de los primero trucos del manual es hablar (…) El burocratés funciona como una barrera contra el conocimiento generalizado - la forma más fecunda del conocimiento". Las frases son del libro El hambre, del periodista argentino Martín Caparrós. El burocratés es ese idioma que hablan los tecnócratas, los políticos y, por su puesto, los burócratas para explicarnos una situación de modo que no la podamos comprender. O, al menos, dimensionar.
Dice Caparrós que los grandes burócratas prefieren no decir o escribir la palabra "hambre". Tampoco "desnutrición". Son muy fuertes. La gente se duele y protesta cuando les hablan de hambrunas en un mundo que es capaz de producir alimento suficiente para el doble de la población mundial. Pero si se les usan términos como "inseguridad alimentaria" (que se le debe a la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), o "malnutrición coyuntural aguda", o "malnutrición estructural", el ciudadano entenderá que es importante, más no dimensionará la tragedia que eso oculta: 3 millones de niños mueren cada año de hambre, son más de 8 mil cada día, más de 300 cada hora, más de cinco en un solo minuto.
Pues ahí estaba yo, en Cartagena, invitado por el Ministerio del Interior y la revista Semana para "opinar" sobre la reforma que propone el Gobierno de Juan Manuel Santos para lograr un "equilibrio de poderes". Y mientras los escuchaba solo podía pensar en el "burocratés" de Caparrós; sabía que era un tema importante, pero gracias a los términos usados por estos expertos, era complejo dimensionar el alcance que todo ello tenía. Muchos archisílabos y "requetesilábicos", como los definió para El País de España el profesor de Filosofía Política de la U. del País Vasco, Aurelio Arteta."Institucionalizar", "politización", "legitimidad", circunscripción", "gobernabilidad", "obligatoriedad", "implementación", "materialización"...
En últimas lo que quería saber era si el Estado, con esta reforma, iba a tener las herramientas para controlar la corrupción política existente, y si los ciudadanos podríamos volver a confiar en instituciones como las cortes, el Senado y la Cámara de Representantes. No era el único. León Valencia, director de la Fundación Paz y Reconciliación, también quería saberlo. Y Alejandra Barrios, directora de la Misión de Observación Electoral; y Elisabeth Ungar, directora ejecutiva de Transparencia por Colombia; y otros tantos más, pero enredados en el "burocratés" -lengua que desconozco- temas como la gestión, eficiencia e institucionalidad de la rama judicial quedaron "descontextualizados de las peculiaridades de mi entorno mental". O sea, no entendí ni mierda.
Entendí, eso sí, las conclusiones apresuradas del ministro del Interior Juan Fernando Cristo, la risa sarcástica del senador Armando Benedetti, o los ademanes de desdén del senador Hernán Andrade, cuando se habló de si para las futuras elecciones a Cámara y Senado era mejor tener el voto preferente (votar por el candidato que a uno más le gusta o más plata le ofrece) o voto por lista cerrada (se vota por un grupo de personas -bancada- que irán copando las curules).
Para ellos, y creo que para todos los que estuvimos en ese foro, quedó claro que el voto por lista cerrada era el menos peor de los males ofrecidos en este proyecto. Sin embargo, el ministro, los senadores y el representante Rodrigo Lara, nos hicieron saber que otra cosa pensarán aquellos políticos regionales que tienen amarrados sus votos y que siempre lograrán una curul por simple populismo. Esos que no están con ideologías o proyectos políticos. Son ellos los mayores afectados, los que verán que las cosas pasan de Castaño oscuro (no se ofenda representante Mario Castaño), y los que pueden sabotear esta clase de medidas en teoría beneficiosas para la democracia.
Dos días se fueron así, con el Gobierno queriendo vender sus ideas, pero usando burocratés como para que no dimensionemos los alcances que puede llegar a tener el equilibrio de poderes en temas como los aforados o los cambios en el Consejo Superior de la Judicatura. Ahí estuvimos, participamos y escuchamos. ¿Entendimos? No sé. Tal vez el analista y animal político Héctor Riveros sí lo hizo.
Muchos de los que estábamos ahí quedamos como unos verdaderos "muertos de malnutrición estructural" en estos temas políticos. No por ignorantes, sino porque creemos que la solución no está en cambiarle el nombre a los problemas, sino en que hay que enfrentarlos y llamarlos como son: corrupción, ambición y clientelismo.
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