La imagen es muy diciente: Al menos 50 barristas de Millonarios montados sobre el techo y en el interior de un Transmilenio, vandalizando el articulado, obstaculizando la vía y amenazando con "chuzar" al conductor si no les abría las puertas y obedecía sus órdenes. Así celebraron esta semana los hinchas azules el aniversario 68 del equipo bogotano. Actos que, sumados a los desórdenes del sábado por el triunfo de la Selección Colombia ante Grecia, terminaron en la implementación de la ley seca el miércoles en Bogotá. Día en que el equipo jugaba contra Costa de Marfil.
La excusa que dieron las autoridades bogotanas ante este disturbio en una emisora nacional no pudieron ser más absurdas: que esos barristas se salieron de control porque sus líderes estaban en Brasil viendo el Mundial. Lo que me lleva a concluir, una vez más, que los gobiernos locales y los parches de las barras bravas mantienen un acuerdo tácito de hacerse pasito. Y que si no están los capos, estos personajes se vuelven unos animales y no tiene nada que ver con la pasión del fútbol.
Los parches de barristas, sostengo, no son una solución social efectiva para alejar a los jóvenes de las drogas o la violencia. Por más esfuerzos que pueda hacer la Alcaldía, terminan siendo focos donde los jóvenes desfogan sus frustraciones y, aprovechando el anonimato que les puede dar el tumulto, usar la violencia. No son todos, pero sí son muchos. Además, ¿qué futuro le puede garantizar una barra a un muchacho de estos?
Y si a eso le agregamos el ingrediente político -como concejales que militan en estas barras, o políticos que les endulzan los oídos con promesas en épocas de campaña con tal de obtener sus votos-, las alianzas pueden resultar nefastas para la ciudad. Como usar parte del erario para apoyarlos y mantenerlos contentos.
Hace poco vi el documental "Perú sabe: la cocina como arma social", y me sorprendió. La revolución la lidera el chef peruano Gastón Acurio y allí hay verdaderas soluciones y opciones de vida para los jóvenes de los barrios marginales de Lima. El reconocido cocinero se asoció con una empresa privada y en medio de esos tugurios que se levantan en esas lomas peladas de la capital peruana construyó una escuela de cocina digna. La inversión, dice, no sobrepasa los 386.100 dólares al año, y allí los jóvenes no solo aprenden a preparar comida peruana (hoy tan en furor en todo el mundo) y a ser emprendedores en el negocio de la restauración. También conocen de su país, de su cultura, de lo que la tierra y el mar les da, a respetar estos frutos y siempre buscando "calidad, creatividad y compromiso".
Allí hay jóvenes cuyas vidas cambiaron gracias a la gastronomía. Algunos trabajan en prestigiosos restaurantes limeños o de otros países, pero también están los que llevaron los conocimientos adquiridos a sus barriadas para montar empresas de alimentos familiares, y así hacer crecer su entorno.
Y lo mejor de todo: ¡no hay políticos metidos! Todo es un esfuerzo civil y de empresas privadas. No hay mordidas ni promesas de puestos en oficinas estatales. Allí van a enseñar los mismos chefs entrenados por Acurio, van los pescadores artesanales a contarles cómo es su trabajo para que aprendan a respetar el producto que van a preparar, y también van los titanes de la cocina (como el catalán Ferrán Adrià) a escucharlos y a sorprenderse de esta revolución.
Insisto: es una revolución. Gastón Acurio lidera desde hace años una campaña de responsabilidad social que les ha cambiado la vida a más agricultores, productores de alimentos, pescadores y ganaderos, que lo que han hecho muchos ministros de Agricultura de Colombia. "Pago justo", es lo que dice él, y por eso cobra lo que cobra en sus restaurantes. Y la gente paga con gusto porque sabe que va a comer bien y a nadie le van a dar en la cabeza. Todos ganan.
Si algo nos ha demostrado este Mundial es que somos más felices cuando apostamos por lo positivo de la gente. Cuando todos nos unimos a empujar para el mismo lado y disfrutar del fútbol. Igual puede suceder con la comida. Acurio apostó por la gente con su programa social, y gracias a este Perú se ha hecho un nombre en la gastronomía mundial. Ha desarrollado el campo y les ha dado reales oportunidades de vida a unos jóvenes que antes se hacían matar por el color de una camiseta. No quiero decir que estar en una barra sea malo, pero no le veo futuro a esos muchachos salvo luchar para llegar a ser capo de un parche para vacunar a los demás miembros del grupo. Menos si estas están politizadas.
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