No nos podemos decir mentiras, y reconocer que en nuestro país el mayor flagelo que tenemos después de la tenebrosa violencia, es la corrupción. Este es un fenómeno que ni siquiera han podido detener las autoridades de países como Suiza o Austria, o muchos de los más adelantados de la órbita de la Unión Europea, y en Colombia este problema es cada vez más incontrolable, adicionado por el hecho de que, aunque predomina en las clases más pobres de la población, está extendido en las clases altas e invadiendo la clase política en forma aterradora.
Pero no es solo a los personajes que desde los escaños del Congreso, olvidándose de que su mayor responsabilidad es cumplir y hacer cumplir el orden y la ley, a quienes debemos exigir el mejor de los ejemplos, sino a quienes han sido honrados con puestos públicos y por eso tienen la obligación de honrar con su trabajo cristalino en el beneficio de sus conciudadanos, aún a riesgo de su propia vida.
Sin embargo, qué lejos estamos de llegar a ese estado de pulcritud y responsabilidad con las que soñamos poder vivir, cuando diariamente el primer impacto que recibimos de los medios de comunicación es informarnos de la forma deshonesta, en que por una sucia politiquería para el colmo de nuestros males, es arrasado el poder judicial a un hueco sin fondo. Esta situación, que nos azota desde hace varios años, en estas últimas épocas nos tiene al borde de la desesperación, sin que se vea alguna solución, especialmente por la falta de fortaleza de un gobierno que se debate entre la mediocridad y la ambición de figurar como héroes ante un mundo que se pregunta hacia dónde estamos enfilando nuestro futuro.
Tenemos el peor ejemplo del deslizamiento en caída libre, en las conductas dudosas de funcionarios que como el fiscal General de la Nación, Eduardo Montealegre, deberían ser los primeros que lejos de la politiquería maquiavélica que ostentan con orgullo, ejercieran sus funciones con la honestidad que su cargo les exige, y no nos hicieran llenar de repudio por sus actitudes vengativas y poco honorables que nos avergüenzan ante el mundo.
Este personaje, a quien por fortuna le falta poco tiempo para dejar de ejercer sus funciones, tan importantes para el país, será recordado sin ningún signo de admiración, pero sí con el deseo de que no vuelva a tener la pobre Colombia que sufrir con individuos de esa calaña.
En la lista de desagradables y con poca vergüenza sigue teniendo una posición destacada Roy Barreras, político profesional que ha dado toda clase de volteretas en su vida pública, y quien después de ocho años de ser amigo del doctor Uribe Vélez, apenas vio que se podía quedar sin sus apetecidos puestos, abandonó descaradamente la barca que lo mantuvo a flote y se dedicó a denigrar de su antiguo jefe, convirtiéndose en peligroso enemigo, llegando al extremo de considerar dentro del mismo recinto del Congreso como terroristas a los que antes lo acompañaron. Con este personaje es mucho mejor estar solo que en su compañía.
No nos metamos mucho en lo que se le viene encima al doctor Santos con el terrorista desvergonzado Timochenko. Ya comenzó a ponerle piedras a la carreta que lleva dizque los acuerdos de paz, y que nos tienen en babia, por no conocer la dura verdad que sobre este espeluznante asunto nos tiene guardada el gobierno. Ahora rogamos para que ojalá salga algo bueno de estas conversaciones, para el bien del país, pero como van las cosas esto se sigue enredando en forma peligrosa y nos siguen metiendo en una encrucijada sin fin. ¡Manes de la desvergüenza!
P.D. Envejecer es todavía el único medio que se ha encontrado para vivir mucho tiempo.
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