Durante el gobierno del Sr Santos la oposición ha quedado enjaulada en el señalamiento repetido, de que aquel que no respalde los malignos diálogos de La Habana será lanzado a las tinieblas exteriores con el estigma de ser enemigo de la paz. Desafortunadamente el tinglado montado desde la Casa de Nariño ha caído en la grave equivocación de sentar a los peores facinerosos asesinos que se han reproducido en nuestro continente, en la misma mesa y a la misma altura, de las autoridades civiles y de nuestras Fuerzas Armadas y de Policía, enfrentándolos de igual a igual con los bandidos, y dándoles órdenes salidas de tono como la de suspender su obligación de defender a la patria con la cesación de bombardeos, que son el arma táctica más efectiva para enfrentar y derrotar al enemigo.
Desde hace varios meses, cuando los farianos empezaron a mostrar cuáles eran sus verdaderas intenciones, y después de que Juampa se dejó convencer de su querido hermano Enrique de que tenía que agachar la cabeza, y entregarse como oveja a manos de los enemigos, la mayoría de colombianos de bien comenzamos a sentir los malos olores que se estaban emitiendo y nos fuimos poniendo en alerta, para tratar de evitar que fuéramos a caer en la emboscada que se estaba preparando.
De nada sirvieron las protestas y las manifestaciones de advertencia, porque la ambición desmedida de querer ostentar un premio Nobel, con el argumento de la obtención de una paz falseada, lo único que nos ha dejado es una estela del mismo terror que durante tantos años hemos tenido que sufrir. Al ver la debilidad en que ha caído el gobierno, los bandidos se crecieron en sus actitudes terroristas, regresando a los cobardes ataques tanto contra los pobres campesinos como con la naturaleza, volando oleoductos y azotando las tierras de cultivo, que son el pan de cada día de nuestros labriegos.
Lo peor está por venir. Los voceros de los asesinos acaban de informar al gobierno que sin temblarles la mano van a poner en práctica el tenebroso plan pistola, mediante el cual asesinan sin la menor consideración a policías y soldados, en completa indefensión, y a mansalva y sobre seguro. Uno no sabe cómo reaccionar ante semejantes barbaridades, ni tiene más que decir al gobierno para que demuestre su legalidad y su fortaleza, como se lo manda la constitución, y deje de estar inclinando la cabeza y demuestre que en Colombia, si existe todavía una autoridad que no se va a dejar dar palos en la testa agachándose en forma cobarde.
Uno de los comisionados del gobierno expresó hace poco que los traidores a la patria estaban dando muestras de gran torpeza política, al incrementar las amenazas y sus cobardes crímenes, pero recibió como respuesta el asesinato de tres policías que inocentemente llevaban un correo, y la voladura de otro oleoducto.
Es tan grave lo que estamos viendo, que ni siquiera en épocas pasadas sentíamos tanta indefensión ni nos veíamos tan maniatados ante la falta de pantalones que sigue demostrando el gobierno. La oscuridad nos sigue envolviendo y el amanecer se ve lejano. ¿Será que alguien se atreve a decirle a Santos que mire las más recientes encuestas para que se dé cuenta que ya no soportamos más a estos bandidos y que es hora de enfrentarlos con todas las armas de que puede hacer uso para salvar a sus ciudadanos?
No más ceder el espacio sagrado de la patria. No más dejarse manejar por asesinos. No más soportar el miedo en un país que merece mejor suerte, y que tiene con qué enfrentar un futuro con libertad y paz.
P.D.: Morir es como dormir, pero sin levantarse a orinar.
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