Hoy quiero darme la oportunidad de soñar un nuevo país, donde los niños hagan sus rondas en los parques de los pueblos sin más temor que el que produce el inofensivo perro callejero; un país donde podamos caminar los campos sintiéndonos amenazados solo por los bichos de la naturaleza; una nación libre y soberana que, a la manera de la ronda infantil, solo padece la “batalla del calentamiento”; una nación en la cual sea posible escuchar el “himno de la alegría” esperando el amanecer de un nuevo día; un pueblo que no se permite el dolor y la pena porque “Mambrú se fue a la guerra”, sino que le prepara sorpresas y fantasías en el patio de la escuela; una Colombia como tierra querida que sea un himno de fe y armonía y nos arranque gritos de PAZ y alegría; una patria que permita “que canten los niños, que alcen la voz, que hagan al mundo escuchar; que unan sus voces y lleguen al sol; en ellos está la verdad”.
Porque prefiero la incertidumbre de la paz a las inevitables y dolorosas consecuencias de la guerra; porque prefiero soñar con un mejor país sin armas que estar cierto ante el miedo, el terror y la barbarie; porque prefiero la posibilidad de la reconciliación y la fraternidad que la tenacidad del conflicto; porque prefiero tratar de reinventar el amor que convivir seguro con la indiferencia; porque prefiero intentar conquistar una sonrisa que asegurar un grito ensordecedor; por todo eso, sin vacilaciones y con la firme convicción de mi conciencia, la responsabilidad de ciudadano, el inmenso amor de padre y la ardiente pasión de ser maestro, diré SÍ a la cita trascendental que todos los colombianos tenemos con la historia nacional este próximo domingo.
Lo que nos convoca hoy no es un pulso político, tampoco el respaldo a un gobierno, ni mucho menos las simpatías o militancias partidistas. No. Lo que está en juego es la suerte misma de la Nación y nuestro voto definirá la vocación de país que queremos para décadas venideras. No se trata entonces de dirimir un conflicto de mezquinos intereses, sino determinar la nueva carta de navegación de un país que por más de cinco décadas de violencia y terror ha sobrevivido únicamente por la magnitud de su riqueza, por la tenacidad de sus gentes y por el amparo misericordioso de la Divinidad.
Cuando cesan los ruidos de la guerra, es posible escuchar los coros de los niños. Cuando no se disparan más fusiles, se puede apreciar el sonido melódico de un clarinete. Solo si se apagan los cañones y se silencian las bombas, podremos escuchar los majestuosos sonidos que mezcla la naturaleza del campo colombiano.
El profesor Miguel Ángel Santos Guerra, pedagogo español, hace pocos días nos envió a los maestros de Colombia su manifiesto frente al plebiscito. Dice: “Y quiero instaros a decir SÍ, no por capricho o por frivolidad o por interés personal, sino apoyado en (…) razones que deseo compartir con vosotros y vosotras, votantes del próximo y decisivo plebiscito: Porque hay más dignidad en el perdón que en la venganza, más grandeza en el abrazo que en las balas, más cordura en el generosidad que en la revancha (…). No hay mayor homenaje a quienes han muerto y han sufrido que elevar sobre sus cenizas y su sangre un país justo, digno y hermoso”.
Los invito, apreciados lectores, a que saludemos la Paz.
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