Comenzamos un nuevo año litúrgico; Año de la Misericordia. Adviento significa advenimiento y es un tiempo bellísimo de esperanza. Venimos golpeados por acontecimientos dolorosos: los ataques a la vida de tantas personas por grupos rigoristas; rechazo a la vida naciente con el aborto y a los enfermos terminales con la eutanasia; crece el miedo al dolor y al sufrimiento y la búsqueda de falsas soluciones apoyadas en los esfuerzos meramente humanos.
El contexto histórico de los textos que leemos hoy nos permite captar mejor su sentido. El pueblo de Israel ha experimentado las profecías de Jeremías en modo cumplido, ha sido exiliado, ha sufrido notablemente por haber adorado otros dioses y haberse separado de sus preceptos, esto es, por haber hecho lo que a Dios no le agrada. Un pequeño resto ha regresado de este destierro. Era un insignificante grupo de repatriados, por lo demás mal acogidos dentro y fuera de su propia tierra.
Estaban profundamente desilusionados. La mayor parte de ellos se había dedicado a reconstruir su casa y su propia fortuna. La reconstrucción del templo y de sus muros había sido abandonada inmediatamente después de haber colocado las primeras columnas. Esta era la manifestación elocuente de la situación religiosa interna que estaba viviendo el pequeño pueblo.
Muchos se habían alejado de aquella herencia entregada por los antiguos padres para comenzar a vivir exactamente como los otros pueblos. Y es aquí cuando va entrando la superstición infundida por los habitantes extranjeros que ahora habitaban su tierra, se levanta la voz de un discípulo de Jeremías que ha permanecido fiel: “Miren que llegará la hora en que suscitaré a David un vástago legítimo, que hará justicia y derecho en la tierra; en aquellos días se salvará Judá y en Jerusalén vivirán tranquilos”.
La hora llegó en la Cruz. Ha sido el cumplimiento de la promesa: la paz brotó en abundancia del costado atravesado, y su fruto ha sido el amor que ha comenzado a rebosar entre los creyentes (Cfr. 1 Tes 3,12).
El que es capaz de atraer a los alejados, a quienes se volvieron indiferentes, a quienes por no tener la posibilidad de escuchar, no se han dado cuenta de que la vida tiene otro sentido, más allá del que aparece a nuestros ojos; los que por no haberse encontrado con Él, pasan la vida pensando sólo en el trabajo para conseguir dinero, o esclavizados del alimento que perece; no son capaces de ver el verdadero sentido del amor y terminan enredándose en afectos desordenados; cuando llega la vejez, como no ha sabido vivir y ha perdido el “para qué” de su existencia, sus últimos días son tediosos y vacíos, tanto que buscan llenarlos con acciones rutinarias que no dan fruto.
En este nuevo año que comienza, la Iglesia entonces eleva su voz con esta Palabra para anunciarte: “Levántate, alza tu cabeza; se acerca tu liberación”. ¡Es una noticia maravillosa! Jesús que va a nacer dentro de ti —Navidad— será capaz de rescatarte de la muerte en que transcurren tus días y te dará la felicidad que no tiene precio.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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