Deuteronomio 26,4-10; Salmo 90; Romanos 10,8-13; Lucas 4,1-13
Rubén Darío García, Pbro.
LA PATRIA | MANIZALES
El miércoles pasado nos aplicamos la ceniza como signo de arrepentimiento y deseo sincero de entrar en un tiempo de purificación y por tanto de gracia. Aquella vestidura blanca con la que fuimos revestidos en el día feliz de nuestro bautismo, ha sido manchada por nuestros pecados. El pecado es decirle “no” a Dios nuestro Padre. Él te ama y no quiere tu muerte, quiere tu vida. Es posible que hoy hayas “entrado en la muerte”: has gritado a tu esposa (o); has juzgado a tu compañero de trabajo; has jugado sucio en un negocio buscando sólo ganar dinero sin importar la vida del otro; has ingerido drogas, alcohol y otro tipo de alucinógenos que hacen daño a tu cuerpo; has traicionado la confianza; has fornicado; has mentido; te has metido en pornografía matando el amor y la sexualidad en tu cuerpo; has sido infiel a las promesas hechas; tienes un grave resentimiento y no quieres perdonar; compras desenfrenadamente sin necesidad.
Son solo algunas situaciones de la vida cotidiana que nos impiden amarnos.
Pecado es la imposibilidad de amar. Es por esto por lo que la existencia, a causa de este “no poder amar”, se torna oscura, amarga, sin sentido, es decir, infeliz. ¿Qué será lo que hace que queriendo hacer el bien, terminas haciendo el mal que no quieres? San Pablo te responde: es el pecado que habita en cada uno de nosotros. ¿Qué nos librará de esta muerte? Y la respuesta no tarda: “Demos gracias a Dios por la victoria obtenida por nuestro Señor Jesucristo”. Él es la Palabra de Dios. Esta Palabra está cerca de ti, en tus labios y en tu corazón. “Porque si proclamas con tus labios y crees en tu corazón que Jesús es el Señor, serás salvo”, esto es, quedarás libre de toda esclavitud de pecado; quedarás sano de todas las heridas de muerte que has vivido: Dios sea bendito.
El tiempo de Cuaresma es precisamente para que te dejes lavar de todas estas llagas que han causado tanto sufrimiento en tu vida. Son cuarenta días en los que puedes experimentar la misericordia del Padre. Él no te juzga, no te reclama.
Preparémonos con alegría para la Pascua. El Espíritu Santo nos dará la fuerza para que podamos resistir a las tentaciones. Podremos decir seguramente con Jesús: No sólo de pan vive el hombre; Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto; No tentarás al Señor tu Dios.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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