LA PATRIA | MANIZALES
Hoy celebramos la fiesta de Pentecostés. Esta palabra griega significa que la fiesta celebrada ese día tiene lugar cincuenta días después de pascua. El objeto de esta fiesta evolucionó: en un principio era fiesta agraria, luego conmemoró el hecho histórico de la alianza, para convertirse al fin en la fiesta del don del Espíritu, que inaugura en la tierra la Nueva Alianza.
En el principio era fiesta de recolección, día de regocijo y de acción de gracias, ese día se ofrecen las primicias de lo que ha producido la tierra, de donde se da a la fiesta el nombre de ‘fiesta de las semanas’, apelación que la sitúa siete semanas después de pascua y de la primera ofrenda (leer Lv 23,15).
Cuando le ofreces el fruto de tu trabajo, el primer hijo, la primera cosecha, estás diciendo con ello que no colocas las fuerzas ni la confianza en ti mismo, sino en Él que es la razón de toda tu existencia.
La vida es de Dios, el creador de la vida, es su dueño. Hacerse como Dios, en todas las situaciones es la soberbia, la cual coloca al centro el ‘yo’ y deja de lado el «absolutamente otro». La torre de babel significa, entonces, la confusión, hablan muchas lenguas y no se entienden, porque cada uno pretende lo suyo sin contar con el otro.
Pentecostés es lo contrario. Mientras los discípulos con la Virgen María, están en oración, es decir, colocando al centro a Jesucristo, “vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose sobre cada uno”. Dice el texto, que “se encontraban en Jerusalén judíos devotos de todas las naciones de la tierra. Al oír el ruido, acudieron en masa y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma”. Esto significa que había una ‘lengua’, la cual, todos entendían. Ya no existe la confusión del principio, porque Dios mismo ha mostrado la lengua que les une y la que todos podían entender.
Esta lengua es “el amor al enemigo”. Amar como “Yo” los he amado, orando por quienes nos están matando y ultrajando, por quien me ha hecho daño; bendiciendo al que me maldice, haciendo el bien a quien me ha hecho el mal, sirviendo al que me ha traicionado. El mundo que no conoce a Dios, se pregunta: ¿quiénes son estos que aman así? y algunos responderán: “Estos son los que han lavado sus vestidos en la sangre del Cordero”, ellos son los santos. Como un niño, al cual el papá le pregunta, después de haber visitado un templo con vitrales que representaban a personas santas: ¿qué ves hijo? Y el niño responde: papá veo a los santos. Y ¿quiénes son los santos hijo? Y el niño, con mirada de admiración le responde: “los santos papá… son hombres y mujeres que dejan pasar la luz”.
Hombres y mujeres por donde pasa la luz, esto es, a quienes se les ve el Espíritu Santo. Así puedes ser tú.
Miembro del Equipo de Formadores en el
Seminario Mayor de Manizales
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