Por supuesto mi función como profesor no es decirles a los demás ciudadanos cómo hacer sus cosas. Pero, y muy por el contrario, sí es invitar a pensar sobre lo que hacemos, de manera individual o colectiva (me gusta más esta última). Y empiezo por decir que cuando a alguien se le ocurre creer que está capacitado para gobernar es porque debe tener claro que este verbo implica hacer evidente lo que no se ve, o lo que los demás no quieren ver. Gobernar, como lo decía con insistencia de hombre sabio, el expresidente José Mujica, es mirar muy lejos. En consecuencia, la pregunta sería ¿qué tan lejos ven nuestros futuros gobernantes?
Es apenas natural que las personas se preocupen por su inmediato presente; ellas quieren vivir mejor, ganar más, eso forma parte de lo que somos como sociedad. Y sin embargo, si éstas no asumen de manera seria el despilfarro que promueve este modelo económico nuestro y no contribuyen en nada, pues me parece que los gobernantes están en el deber de otear desde sus tronos que una sociedad de consumo sin ninguna mesura nos llevará a todos a la quiebra. Aparece de nuevo Mujica, de quien tenemos mucho que aprender, y dice con su sobrio pensamiento: “No soy pobre, soy sobrio, liviano de equipaje, vivir con lo justo para que las cosas no me roben la libertad”.
En una sociedad como la nuestra, no es posible que los gobernantes y los ciudadanos sigan pensando que se puede tocar el cielo con una mano, ni que construir una sociedad razonable, es decir, más justa, equitativa y libre sea cosa de una sola generación. Los gobernantes -y los que aspiren en octubre próximo a serlo- deben ver más lejos que nosotros los ciudadanos de ‘a pie’. Y esta mirada en lontananza tiene que estar segura de que lo fundamental son los cambios culturales, transformaciones que, ciertamente, conllevan mucho tiempo. De ahí que no sea pertinente pensar en gobernar para dos, cuatro años o seis años. Quiero decir con esto, que los resultados de los planes de gobierno deben producir políticas públicas de largo aliento y no para satisfacer egos de turno.
Los gobernantes -y quienes vienen en camino- están en la obligación de estimular una apología de la sobriedad, de que hay límites y que con estos es posible construir caminos razonables de libertad, equidad y justicia.
Por supuesto, la responsabilidad no debe recaer exclusivamente en los gobernantes. La construcción de esta sociedad razonable de la que hablo es un asunto de corresponsabilidad. Desde las universidades es fundamental multiplicar el talento humano, no solo con la formación de profesionales altamente preparados, sino de ciudadanos leales, honestos y solidarios. Todos y todas nos debemos hacer cargo de nuestras vidas y dejar los pequeños espacios que habitamos en condiciones mejores de lo que los encontramos. Tal es el desafío.
Ahora, les pregunto de nuevo a nuestros candidatos a la Alcaldía de Manizales y a la Gobernación de Caldas: ¿Cuál es la ciudad y la región que ven desde sus propuestas?, porque en esencia lo que escucho son acciones para construir sus planes de desarrollo, pero no veo respuestas inmediatas que les digan a los ciudadanos de ‘a pie’ qué piensan de los sueños y las esperanzas de éstos. Creo que somos muchos los ciudadanos que anhelamos ver que nuestros gobernantes, pasando por los concejales y diputados (para no poner sino dos ejemplos, sobre todo de los que están actualmente en campaña), que es fundamental ponerse el sombrero de ciudad y, de alguna manera, dejar por un rato (por el tiempo que dure su tiempo de gobernar) el de sus partidos; deben pensar en la ciudad, juntos. La pobreza, el desempleo, el hambre, la desnutrición, las violencias intrafamiliares… no tienen partido ni colores. Son simplemente eso.
¿Tendremos gobernantes así? Amanecerá el lunes 26 de octubre y veremos.
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