¡Qué silencio tan aterrador! En este espacio hemos venido denunciando las irregularidades, omisiones, abusos, excesos y actos inescrupulosos y perversos cometidos por los administradores de la Industria Licorera de Caldas, encabezada hoy por el presidente de su junta y actual gobernador de Caldas, doctor Julián Gutiérrez Botero. Mucho hemos batallado, y nos hemos expuesto a unos riesgos inmensos, para defender esta empresa de las garras ominosas de los actores que soterradamente han destruido nuestro departamento durante años, y que encontraron en esta mediocre administración un terreno abonado, próspero y connivente para acabar de desolarnos.
Y aunque sé que suena duro, tal vez atrevido, y de pronto irrespetuoso, es la única forma en que se puede mostrar una realidad que nos está afectando a todos y que está encontrando un caldo de cultivo en nuestra resignación, mediocridad y pusilanimidad.
Denunciamos a tiempo lo que podría pasar con el cierre de la planta de destilación. ¡Y hoy vemos las consecuencias! Advertimos que no existían razones ambientales, económicas, empresariales ni lógicas para abstenernos de utilizar los recursos industriales destinados a esta actividad, y la respuesta se limitó a una cortina de humo basada en falsedades públicas y en argumentos sin sustento que los medios acogieron como la única verdad. (Ya hasta desaparecieron del Secop y la página web todo lo relacionado con las licitaciones de compra de alcohol para la producción de nuestros licores).
¿Y dónde estamos hoy? ¿Alguien puede decir cuál es el futuro de nuestra ILC? Y, peor aún: ¿alguien puede decir cuál es su presente? Si mucho, alguien podrá decirnos cual es su pasado y, sorprendentemente, encontrará que esta es una empresa con más pasado que futuro, y con más debacle que presente. ¡Qué paradoja! La mejor empresa de nuestro departamento; nuestro ícono; nuestro símbolo para mostrar ante el mundo; nuestro orgullo que por años portamos como estandarte del emprendimiento y de la riqueza natural caldense, hoy sometida al sinsentido, al encubrimiento y al silencio de quienes se creen buenos y por eso no se atreven a cuestionar a uno de los suyos, en la más catastrófica administración que hemos padecido los caldenses.
Quisiera estar equivocado. Quisiera encontrar a alguien con la capacidad y los argumentos para contradecir los puntos de vista que he expresado en este espacio durante los últimos meses; quisiera escribir la próxima columna reconociendo que estoy equivocado; que mis apreciaciones son inadecuadas; que mis argumentos carecen de fundamento; que mis planteamientos no tienen soporte. Pero, a pesar de que mis contradictores son muchos, y de que las amenazas proliferan y los insultos son el pan de cada día, nadie ha presentado argumentos para desmentir estas posiciones. ¡Lastimosamente!
En múltiples foros y encuentros inanes que se han programado para el sobrediagnóstico de la ILC, hemos expresado que los problemas no son los que plantean, ni las soluciones las que proponen. El tratar de negociar y liquidar a los empleados de la ILC porque supuestamente son los causantes de la inviabilidad de la empresa, no es más que un sofisma de distracción; como lo es el tratar de endilgarle la responsabilidad de las dificultades actuales a los distribuidores. ¡Nada más falaz! Los trabajadores de la empresa son quienes por décadas han mantenido el conocimiento, la tradición, la calidad y la entereza de los productos; y los distribuidores quienes durante las mismas décadas se han encargado de su comercialización. Son, en últimas, quienes conocen de verdad la empresa y a quienes les duele su pasado, presente y futuro. Y serían los llamados a ser propietarios de ella en una eventual venta.
Pero los intereses personales y egocéntricos, y la inestabilidad administrativa han generado que repetidamente los gerentes y directivos la utilicen como el trampolín financiero por el cual hay que pasar, saltar, alcanzar el sumun económico y salir lo mejor librados posible. Y, lamentablemente, esta administración no ha sido la excepción. Por el contrario, hemos detectado, denunciado y alertado a la ciudadanía sobre las aberraciones que se han cometido y que podrían sobrepasar lo que ha vivido la empresa durante años. Con un agravante: los administradores anteriores tenían como propósito el engrandecimiento de la Industria y la permanencia de ella dentro del mercado; los de hoy, quieren acabarla, consumirla, depreciarla, degradarla y entregarla a un postor que solo ellos conocen y por quienes nos van a sacrificar.
Me atrevo a hacer unas preguntas: si en los años en que la empresa fue manejada enteramente por la clase política los resultados fueron cuantiosos, las transferencias millonarias, los recursos boyantes, las ventas incalculables y las utilidades envidiables, ¿por qué no volver a convocar a esa clase y dejar que sus esfuerzos se redoblen para la salvaguardia de nuestro patrimonio? ¿Por qué no hacer un llamado a la unión de nuestros congresistas para que luchen unidos por la defensa de nuestra ILC? ¿Acaso hoy no tenemos mayores organismos de control, más mecanismos de intervención, y más conocimiento de procedimientos?
La ILC se la han entregado a ese sector privado de nuestra sociedad que se siente inobjetable, y las evidencias de catástrofe no pueden ser más grandes. Este sector privado en un ambiente político ha demostrado que no funciona, más por incompetencia y ambición que por diferenciación en su comportamiento. Me atrevo a decir que son más descarados, más perversos y más desastrosos los privados en lo público, que los políticos en lo privado. Y sobre todo en Caldas, donde algunos privados tienen sus fauces abiertas para devorarse sin reatos al semejante, y su murmullo listo para acabar hasta con sus más íntimos amigos. ¡Y lastimosamente, esos son quienes nos han dominado durante años y hoy ostentan el poder ante la incapacidad de nuestro Gobernador! ¿Estaremos siendo cómplices del R.I.P. a la ILC?
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