La noticia sería alentadora si no fuera porque se puede percibir un tufillo electorero de marca mayor. El "desescalamiento del conflicto", como se ha bautizado el cese al fuego bilateral con las Farc, tiene la sutil coincidencia de anunciarse precisamente al inicio del debate electoral del próximo 25 de octubre y, también coincidencialmente, durante el tiempo que dura la campaña. ¡Es una lástima!
Pero, al margen de ese cálculo electoral, el peligro que implica la decisión de jugar con el azar en un tema tan delicado, es incalculable. Porque si al cabo de los cuatro meses que el presidente Santos ha fijado como límite para decidir si se continúa o no con la farsa de La Habana, los terroristas farianos no han dado muestras significativas de acabar con su negocio militar, habrá jugado ese tiempo a su favor, pues se habrán rearmado y reorganizado, y habrán podido replantear sus estrategias para apoderarse definitivamente de este país.
El presidente Santos y las Farc, nos quieren someter a un adormecimiento temporal para darle la libertad al terrorismo de que se fortalezca y se prepare para arreciar con mayor efectividad en su lucha mortal. Así, cuando despertemos de esa siesta, nos vamos a ver enfrentados a un grupo más robusto, con más sevicia y con mayor accionar delictivo. Nos vamos a ver enfrentados a unas Farc apoderadas totalmente del mango de la sartén.
¿Alguien cree en la voluntad de paz de los terroristas farianos? ¿Por qué querer entregar su imperio de narcotráfico, secuestro, terrorismo y muerte si solo están preparados para esto? ¿A santo de qué van a devolver el espacio que generosa e irresponsablemente les ha cedido este gobierno? ¿Qué pasará con los miles de militantes de las Farc que han sido alienados desde niños, y cuya mente está orientada hacia el odio, el resentimiento, el crimen y la barbarie? ¡No señores! Las intenciones manifiestas de las Farc son la toma del poder y la instauración de un sistema criminal donde puedan disfrutar de la inmensa riqueza que han acumulado durante años de violencia. La paz no les sirve. La paz es su peor negocio.
Pero, dado el improbable caso de que se pueda tender una cortina de humo como la que nos tienen acostumbrados, y después de concederles impunidad total, curules en el Congreso, representación en cargos públicos, y más poder del que ahora tienen, se presenten como actores políticos válidos, estaremos enfrentados en otra lucha desigual y con todas las desventajas posibles. Porque si se llegaran a convertir en un partido político con reconocimiento legal (para allá vamos), sería el partido político más rico del mundo. Sería un emporio que tendría las posibilidades que ninguno otro ha tenido, y podría salir a conquistar los votos del pueblo argumentando, además de sus armas, millonarios recursos producto del narcotráfico, el secuestro, el crimen organizado y el terrorismo. ¿Habrá entonces equidad y juego limpio? ¡Nunca!
Y el Gobierno se ha tapado los ojos ante esta verdad. Se ha hablado de todo en la farsa habanera: se le ha dado el estatus de víctima al terrorismo; se les ha otorgado prebendas, impunidad, reconocimiento público y condescendencia a las Farc; se les ha dejado cogobernar, trazar agendas legislativas e inferir en las decisiones judiciales en contra de sus enemigos; se les ha dado gusto en todo. Pero, llegado el tema de la dejación de armas, pago de penas y entrega de su riqueza, se le da entierro de segunda y se pasa a otro de menor relevancia. ¿Tendremos por qué confiar en esta farsa? ¿Podremos confiar en una verdadera paz si, paralelo al anuncio de una supuesta tregua, arrecian los ataques terroristas y se recrudecen las amenazas inhumanas?
De corazón quisiera estar equivocado. Ojalá se diera la paz. Ojalá me tuviera que tragar mis palabras. Ojalá me ganara la recriminación por mi pesimismo. Pero es que tenemos al frente unos actores perversos, inescrupulosos, maquiavélicos y detestables. Y me resisto a que me capen dos veces. O, al menos, a que lo hagan bajo mi silencio.
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