Lumièradas
John.giraldo.herrera@gmail.com
"Esta es una guerra cítrica", dice Margus, y de inmediato su amigo, el buen Ivo, le replica "¿Por qué? -Porque se quieren quedar con mis mandarinas". Luego el diálogo resulta endilgando el problema de las tierras y Margus anota: "La tierra donde están mis mandarinas". Ver Mandarinas es comprobar que el cine, aunque sea una estafa o engaño, como lo anota Ivo, es un espectáculo para los sentidos, un deleite para acercarnos a realidades, una forma de participar del mundo global. Se trata de una película de Estonia, una geografía que no aparece casi en el mapa y que de seguro no figura entre nuestros cúmulos de países. Allí ocurre una guerra entre chechenios, georgianos, rusos, entre otros. Dos individuos quedan confinados, uno por decisión, el otros por sus mandarinas, a no salir de sus parcelas, hasta que puedan cumplir con el objetivo de vender el producido.
La película es un conflicto universal, tratándose aún de uno local, uno donde desconocemos aspectos culturales, situación económica, circunstancias históricas, y nada de ello impide conectarnos y relacionarnos de modo directo con un drama simple y lleno de matices. Al hablarnos de unas mandarinas, el director ha escogido un símbolo sin igual para darle contexto y ofrecernos un panorama de lo que aconteció en ese lugar en la década de los 90, cuando estalló un movimiento independentista de Georgia. Eso puede ser lo de menos, apenas el telón, lo que hay tras el escenario es una historia inverosímil en medio del acabose: dos enemigos convivirán mientras se recuperan de sus lesiones que se han propinado.
Tanto Ivo como Margus comparten la pesadez y el desasosiego, pero ambos se equilibran como si fueran una mandarina, su sabor agridulce compagina con las situaciones del día: a veces Margus luce optimista y a su vez Ivo puede tener una amargura. Y los papeles van rotando según las condiciones y el ambiente. Luego eso se trasladará a los dos individuos que Ivo ha acogido en su morada para que se curen de sus heridas. El enfrentamiento no solo es épico, sino también ético. El espectador podrá ver como los personajes van desvaneciendo y a veces giros inesperados podrán surtir efecto. La palabra los rodeará de un valor más fuerte que el de las armas. El sonar de las ametralladoras no cesa, pero algo sí en ellos.
Parece entonces que la vida es como una mandarina. Degustarla obedece a una condición de unas veces sí, otras veces no. Ocurrencias que serán definidas por cómo enfrentemos la contienda de la existencia. Si bien los personajes se hacen al hablar y en el camino, como espectadores nos construimos en la medida que vemos películas, combinamos el ritual de asistir a cine con el de desenvolvernos respirando en el diario vivir. Decía que nos hacemos más globales, en la alternativa de reconocer lo que acontece y si podemos además de aprender de geografías y culturas, pero al tiempo del drama humano, de nuestro drama, habrá entonces que seguir consumiendo mandarinas. Confrontar las guerras cítricas, es decir los absurdos, en los que a veces se combate por la familia y ya en el campo ni sabemos nada de ella, o por la patria, mientras que no sabemos si ya la han vendido.
En el fondo Mandarinas recrea una angustia, en las que se hace necesario brindar por la muerte, aunque queramos prolongar el soplo de vida. Que el cine nos pone nostálgicos y a veces nos arruga la piel y los principios, sí, sucede, y mandarinas nos deja así cono ese agrio y dulce sabor de ver historias conmovedoras como también de realce de la existencia. Estonia será un punto de referencia, como también Ivo y Margus, y los enemigos de guerra que se quedan en casa para curarse.
Ficha técnica
País: Estonia
Año: 2013
Duración: 83 minutos
Director y guion: Zaza Urushadze
Música: Niaz Diasamidze
Fotografía: Rein Kotov
Actores: Lembit Ulfsak, Giorgi Nakashidze, Misha Meskhi, Elmo Nüganen, Raivo Trass
Productora: Coproducción Estonia-Georgia; Allfilm / Georgian Film
Género: Drama. Bélico | Años 90. Vida rural
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