La humillación, los abusos, la corrupción y la hipocresía son productos inevitables que acompañan la democracia. Definitivamente vamos en contravía del pensamiento de Mahatma Gandhi. Algunos legisladores crean sistemas y leyes que restringen la libertad en aras de la equidad, pero... al final lo que acentúan es la inequidad.
Todos los días vemos en la tele imágenes de abusos, principalmente contra el bello sexo, al parecer para muchos sin ninguna relevancia social. En otra imagen un hombre furioso pierde el control y ataca al portero de su edificio, simplemente porque no abrió la puerta del garaje a tiempo. Agrede con palabras hirientes, insulta y golpea a una persona, quien, para no perder su empleo, no se atreve a defenderse. Sus compañeros, que también se sienten en desventaja laboral, contemplan la ofensa y la agresión sin hacer nada. Por el momento nadie confronta al bellaco pendenciero.
Por supuesto que en todas partes hay violentos que se encienden con cualquier desventura, por pequeña que sea. Si le sirven el café caliente o demasiado frío, la reacción es aventarle la taza a la persona que tienen al frente, posiblemente un empleado de alguna cafetería, quien tolera la ofensa, porque si reacciona pierde su oficio, con el cual está educando a sus hijos. En cualquier otro lugar, puede aparecer el personaje que golpea a otro porque su equipo de fútbol perdió o porque cree que lo están mirando mal. Posiblemente de un "loco" podemos extraer lecciones de sociología. Como lo expresé en un artículo anterior, simplemente es la absurda condición humana.
Estamos viviendo en una falsa democracia y compartiendo la sociedad de la humillación. Humillación cotidiana para nosotros mismos, tan real como invisible. Los acaudalados creen ocupar una posición ventajosa y más aún cuando son "carangas resucitadas"; se creen un producto de partos divinos, los cuales les otorgan "categorías" superiores con poder para arrasar y tratar a las demás personas como esclavos o trapos sucios; la ventaja económica la convierten en un permiso para el atropello; creen que los otros viven únicamente para ello o su concubina; deben complacerles todos sus caprichos o sino reaccionan con agresividad. Cualquier reparo o reacción, es la insubordinación manifiesta que no lo van a tolerar. Lo más notable de las imágenes que vemos a diario, es la nula reacción de quienes observan los diferentes atropellos; parecen anestesiados, no hacen nada, no defienden al agredido ni contienen al agresor; consienten el atropello y lo padecen en silencio, resignados a una especie de régimen imbatible; es el régimen de la vileza, la degradación, la vergüenza y la afrenta. Es la dictadura establecida que convierte en normal el atropello del rico, el insulto del acaudalado y el maltrato del que tiene más. Mientras unos ejercen el derecho a ofender y a vejar, los otros tienen el deber y la "obligación" de aguantar esas descargas de desprecio y de odio. Todo lo anterior es la representación de nuestra sociedad, que patrocina la vileza en su expresión más brutal y maniática. Es un consorcio que se expresa a través de unas personas enloquecidas por el odio y el dinero fácil, generalmente narcotraficantes, contrabandistas o en su defecto algunos políticos, que actúan como nuevos ricos. Es una experiencia cotidiana, una vivencia común y la aparente normalidad y tolerancia de un país a la impunidad ostentosa de una casta que ofende con el poder del dinero, obtenido de manera fraudulenta. Simplemente, la humillación se volvió un hábito y una tradición en Colombia.
Estamos ya tan acostumbrados que, lo confundimos con nuestro lenguaje y con el humor. Me pregunto: ¿no es nuestra televisión una gran muestra de esa humillación en sus expresiones de castas, género y razas? ¡Creo que sí!
Como conclusión, debemos combatir la vileza, intentando refundar una sociedad decente, en la cual las instituciones no degraden a nadie. Más que buscar la plenitud de la justicia, debemos construir instituciones que respeten la dignidad de todos, patrocinando la cultura del respeto, siendo intolerantes con los gestos de humillación. Humilla también la pobreza que estrangula a muchos, también los burócratas y pseudopolíticos que nos tratan como números, quienes además actúan como trepadores, arribistas y fisgones, invadiendo nuestra intimidad. Utópico es pensar que la condición humana genere decencia y buen trato, ejemplos vemos todos los días.
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