Hacía fácil el arte de cocinar. Tan simple como persignarse. O enamorarse, en lo que era ducho. O mirarse al espejo: era vanidoso y elegante a morir.
En la cocina y en la mesa era exquisito hasta en la forma de acariciar un tomate, mimar un brócoli, manipular los trinchetes, echarles pimienta o salsas a las carnes.
La ética y la estética de su oficio consistió en vivir actualizado en lo suyo. Prohibido dormirse sobre cuáles laureles.
Como enólogo se empeñó en enseñarnos a beber el líquido "que alegra el corazón del hombre". Con corazón trasplantado, Álvaro Vasco Reyes, hijo de don Goyo en doña Lucía, gourmet-gourmand de La Magnolia, en Envigado, iba a quedar con arrestos de seminarista virgen.
Sus médicos tuvieron que acelerar el trasplante que le hicieron debido a un paro cardíaco. Finalmente, falló el riñón. La tensión se sumó al desorden.
Partir a los 53 años, hace 15, no figuraba en su estresante agenda. Estrenando corazón voló a almorzarse esa otra vida que hay después de la vida. Pertenecimos a la ingenua generación del bolero. Para atarzanar a una pipiola había que sacarla a bailar bolero en alguna rumba sabatina con los ojos de la suegra respirándonos en la nuca.
En Bogotá, les cargó ladrillo al fallecido periodista Hernando Giraldo, en El zaguán de las aguas, al millonario pereirano Byron López en El Museo del Parque Nacional, y al talentoso Horacio Jaramillo Bustamante, en Casa Vieja. Tremenda escuela.
Un buen día AV decidió ser el Giraldo, el Loco Jaramillo y el Byron López "de su propio destino" y montó rancho aparte.
Muchos restaurantes empiezan en la cocina de mamá. AV clonó la sazón de doña Lucía, la diminuta ráfaga boyacense que cocinaba rico. Hace poco pasé por el sitio donde funcionó Frutalia, su primer plante, ubicado en el centro de Bogotá. "¡Qué machete!", decía. Allí descubrió que la nostalgia entra por el buche y llenó la carta de tentaciones de la cocina paisa.
Colesterol ventiao.
Su diminuto parche fue el punto de encuentro de la diáspora antioqueña y caldense de finales de los sesenta. Allí llegaban las cartas de la mamá, de la novia. Hasta facturas. Su marca de fábrica consistió en saber cuándo había que sacar otro negocio de la manga, así como los magos sacan conejos hasta de un bostezo.
Amigos ateos sospechan que Dios se lo llevó para que le cocinara en la fiesta del cambio de milenio. Se le salió el acaparador. Podría haber barajado distinto para notificarnos que hace lo que se le antoja.
Gracias al doble del cantante Harold conseguí destino para todas mis vidas, el periodismo, con el que "he ganado la vida y para la vida". Es eterna como las pirámides mi deuda con el taita de Álvaro Sergio, su relevo, y de Andrés. Descanso en la paz de su amistad. De pronto guardo una festiva lágrima de silencio en su memoria.
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