Óscar Domínguez Giraldo www.oscardominguezgiraldo.com
Vamos al grano: no hay que hacer la paz, hay que imponérsela a los alebrestados en armas de las Farc para que terminen de una vez con todos los desafueros que cometen.
Recordemos a los egipcios: "En la paz los hijos entierran a los padres, en la guerra los padres entierran a los hijos". Nos estamos demorando para cambiar la ecuación.
Lo dice uno que no pagó servicio militar. Y lo digo desde mi estrato cuatro -según la cuenta de los servicios-, más cerca del tres que del cinco.
Los activistas de estos estratos no vamos a la guerra. Si nos tocara empuñar los fierros a los "privilegiados", a lo mejor ya nos habríamos entendido.
Por lo pronto, hacen la guerra los del salario ínfimo. Y los "guerrillos" de la llanura que también tienen mamá, noviecita y gato que los extrañan. Apoyamos o criticamos la guerra desde la comodidad del bar, o en la impunidad de sofá doméstico, cuba libre en mano.
En la selva profunda ojalá pudiéramos infiltrarles un inspirador Gandhi. No pidamos tanto: suficiente infiltrarles a las Farc un Bateman o un Pizarro, líderes del M-19 que entendieron que Colombia es tierra estéril para llegar a Palacio echando plomo.
Con cierto escepticismo -el pesimismo de los optimistas- creo que no hay otra opción que ajuiciarse y firmar. El expresidente Mujica, de Uruguay, ha dicho en Buenos Aires: "Tengo que hablar con las Farc, hay dificultades, pero nunca hemos estado tan cerca".
Y Sergio Ramírez, exguerrillero nicaragüense, escribió en El País, de Madrid: "…levantarse de la mesa, echar por la borda lo conseguido hasta ahora, se volvería una insensatez mayúscula".
El camino está trazado. Como decía el sacrificado Gilberto Echeverri Mejía, no tiene sentido seguir en una patria boba en la que nadie gana la guerra.
Este pechito se acostó aliviado y despertó santista un domingo para votar por la paz. No me arrepiento. Madrugo a desear que les vaya bien a Humberto de la Calle y demás alegres negociadores de ambas partes que se doran al sol de La Habana. Estamos en manos de De la Calle, exnadaista vergonzante, quien, de niño, fue sacado en un moisés de su casa: los enemigos políticos de su familia los querían lejos de Manzanares, su terruño.
Ojalá los negociadores coincidieran en Dos Gardenias. Escuchando inspiradores boleros en aquel parche habanero de culto, las partes se amacizarían.
No más Farc imponiendo presidentes: A Pastrana, con silla vacía. Le repitieron mandato a Uribe sin silla, y eligieron a Santos, sillas aparte. Conviene tener pazciencia y tocar madera ya que De la Calle es agnóstico. (Anoche "soñé" que como Borges era ateo y Dios no se lo quería perder, le dio el Paraíso por cárcel. Lo mismo les pasará al descreído caldense y al resto de negociadores si se
salen con la suya).
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