Una de las películas más vistas recientemente ha sido Francotirador (American Sniper), la cual fue nominada este año a seis premios Óscar, ganándose uno. Clint Eastwood fue su director, lo que ya es en buena medida prenda de garantía; bastaría solo con recordar esa maravillosa película Gran Torino dirigida y actuada por Eastwood.
Francotirador es una película biográfica que narra la vida como soldado norteamericano de Chris Kyle, quien gracias a su gran destreza y puntería se desempeñó durante varios años en Irak en el oficio que le da el título a la cinta. Al final de su servicio activo su récord ascendió a 160 bajas enemigas, lo que le significó ser considerado el mejor en su labor en toda la historia militar de Estados Unidos.
Esta película, que nos podría parecer lejana y ajena al narrar la vida de un soldado norteamericano en Irak, tiene mucho que ver con nuestra realidad, con nuestra guerra. Para empezar, está el entrenamiento que recibió Kyle, en extremo exigente y duro. Esa formación que busca preparar al soldado para las peores condiciones, léase Irak, Afganistán o la selva colombiana, también tiene un efecto adicional, disminuir al máximo la sensibilidad ante un evento central en la guerra: la muerte, especialmente matar. Francotirador muestra de manera clara el contraste del soldado entre su participación en la guerra y su vida como ciudadano una vez regresa del combate. Sin la menor duda, la primera tiene efectos innegables en la segunda. No se pasa gratis por un escenario bélico, las consecuencias quedan para siempre. Si bien Chris Kyle defendió a sus compañeros de servicio y salvó la vida de muchos, el trauma de guerra no le fue esquivo y las muertes que causó no lo abandonaron, sin importar que sus acciones estuvieran enmarcadas plenamente en el combate.
Si logramos conquistar un acuerdo de paz entre el Estado y las guerrillas podremos modificar para bien muchas cosas en Colombia. Pero lo que no podremos hacer es cambiar lo que ya pasó. Esta guerra ha sido una tragedia para millones de personas que han sufrido directamente la violencia en múltiples formas: desarraigo, desplazamiento, secuestro, extorsión, bombardeos, muerte, reclutamiento, etc. Y también ha sido una prueba muy dura para los combatientes de todos los bandos. Ellos también han sufrido.
Hay que pactar la paz también por los combatientes: los pasados, presentes y futuros. Todos ellos, sin exclusión: soldados y guerrilleros. La paz también significa que puedan reconstruir sus vidas y vivirlas de manera diferente. En cuanto a los soldados, si bien ha sido merecido exaltar el servicio que han prestado, pues sin su labor estaríamos viviendo bajo el yugo de la tiranía, también es cierto que su idealización ha generado un estereotipo que riñe con la realidad. Si solo los pensamos como "los héroes de la patria", estaremos ocultando y negando una dimensión no tan amable: todo el trauma, dolor, sufrimiento y desorden mental y afectivo que la guerra deja inexorablemente en sus participantes. Y esta negación puede llegar a ser muy costosa para sus vidas y para la sociedad en general.
En nuestra guerra han participado como combatientes cientos de miles de personas. Un propósito para el postconflicto tiene que ser brindarles a todas estas personas la oportunidad de sobrevivir a la guerra, no solo física y materialmente, sino también espiritualmente. Este reto no puede ser soslayado.
Chris Kyle logró finalmente restablecer cierto equilibrio en su vida luego de dejar el servicio activo y la guerra. Pero murió joven, a los 39 años. Fue asesinado sin motivo alguno en febrero de 2013 por otro exmarine, Eddie Ray Routh, un hombre perturbado de forma grave por la guerra, y que por este acto fue condenado a cadena perpetua.
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