Hace más de veinte años, cuando estaba en boga la discusión sobre el neoliberalismo, le dije en una oportunidad a un profesor en la universidad que lo que hacía falta era profundizar el debate acerca de esta doctrina económica y política. Estaba convencido de que entre más discutiéramos sobre el asunto más fácil sería tomar el rumbo correcto. Para mi sorpresa, este profesor, un respetado doctor en economía que entendía con gran claridad las trampas de la academia y la política, me respondió que para él los debates muy poco ayudaban a resolver problemas o encrucijadas sociales y que por el contrario lo que generalmente hacían era dividir más a dirigentes y la sociedad en general. Surgió en mí desde ese momento un gran interés en explorar esa afirmación, la que he investigado por más de dos décadas. Hoy en día creo entender a cabalidad la inutilidad de los debates, aunque sé también que esta práctica nos sigue atrayendo poderosamente a todos.
El pasado 15 de septiembre estaba pasando canales de la televisión y me encontré en el canal Cablenoticias con el programa ‘Semana en vivo’, conducido por la periodista María Jimena Duzán. Los participantes del foro eran los senadores Iván Cepeda del Polo Democrático, Carlos Fernando Galán de Cambio Radical, Hernán Andrade del Partido Conservador y Ever Bustamante del Centro Democrático. La discusión era pesada, bien pesada, y como casi siempre el nombre del expresidente Uribe estaba en el epicentro de la polémica. La dinámica era igual a la de todos los programas de debate, por ejemplo ‘Hora 20’ de Caracol Radio. Entonces, regresó a mi mente la inquietud por los debates.
La televisión y la radio son prolijas en ofrecernos este tipo de programas y nosotros con complacencia nos vamos volviendo adictos a los mismos. Las universidades no se quedan atrás. En el debate es regla descalificar a los demás, y con el empaque de ‘discusión intelectual y académica’ siempre llega la ofensa y se abren heridas. Para ser exitoso en el debate se debe ser irónico, sarcástico. Hay que agredir, interrumpir, tomarse la palabra de manera atrevida y descortés, no escuchar, no considerar ni por un segundo las razones ajenas. Con contadas excepciones, se genera una división casi que milimétrica en torno a un tema problemático. División que se transmite inexorablemente a los televidentes, oyentes o asistentes. Generalmente, los espectadores lo que hacemos es tomar partido en uno u otro sentido, sintiéndonos cómodos con unas intervenciones y molestos con otras. Todo esto tiene consecuencias directas y tangibles en la sociedad. Un ejemplo a la vista es la división entre quienes apoyan el proceso de paz y quienes lo rechazan. Las pasadas elecciones presidenciales le pusieron números a esta fragmentación.
Los debates son escenarios que tratan asuntos sociales y políticos de la mayor delicadeza, fuego que puede quemar a todos o a muchos. Y para encontrar soluciones a estos temas bien llamados candentes, se escoge a pirómanos y se les pide que le metan más candela al asunto.
No cabe duda de que en la sociedad hay pensamientos diversos y contradictorios. En lo pequeño y en lo grande. Y también es cierto que todos nos sentimos más identificados con unas posiciones que con otras, con unos políticos que con otros. Esta es la materia prima, muchas veces inflamable por cierto, con la que tenemos que trabajar para encontrar la mayor armonía posible. Pero potenciar las diferencias, utilizar el discurso para incrementar la rabia y la discrepancia, construir permanentemente categorías de enemigos, consolidando así antagonismos y rivalidades, es tremendamente dañino.
Tiene que haber maneras diferentes de tratar los problemas. Tal vez algo que se aproxime a una exploración conjunta entre quienes tienen miradas distintas. El profesor Roger Fisher, el gran maestro de negociación de la Universidad de Harvard, decía que un buen negociador debe trasmitirle a su contraparte la idea de que existe un problema común que hay que resolver entre ambos. Ojalá podamos transitar del feroz debate a la investigación conjunta.
Nota: está ya en las salas de cine del país la película “Un pasado imborrable” (The railway man), presentada en otros países como “Un largo viaje”. Hay que verla. Este es el vínculo de la columna que escribí sobre la película el pasado 30 de julio: http://www.lapatria.com/columnas/49/un-largo-viaje
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