En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, Singapur, en poder de los británicos, cayó ante la estampida bélica japonesa que arreció en buena parte de Asia. El ejército nipón desplegó una crueldad aterradora contra civiles y adversarios militares a lo largo de todos los países que invadió. Fueron tan despiadados y genocidas como los nazis en Europa. No es gratis la tremenda animadversión que hoy en día los chinos y su gobierno tienen hacia el Japón. Todavía el resentimiento es fuerte.
Con la caída de Singapur, un ingeniero y soldado británico, Eric Lomax, a la par que sus compañeros de oficio, comenzaron a vivir un infierno que se extendió hasta que las tropas aliadas recuperaron el sudeste asiático en 1945. Durante ese tiempo fueron prisioneros de guerra y esclavos de los japoneses.
Treinta y cinco años más tarde, en 1980, el ingeniero Lomax y muchos de sus compañeros acostumbraban reunirse en un club para veteranos de guerra en Inglaterra, una manera de aliviar una pena que nunca los abandonó. Los fantasmas de su tragedia, que pareciera lejana, los visitaban sin falta en su vida diaria y los llevaban una y otra vez por un viaje al pasado que les trastocaba la realidad, con vivencias tan reales de ese pasado aterrador que éste se sobreponía al presente (lo que se llama flashbacks).
En ese 1980, Lomax se entera de que uno de sus verdugos japoneses, Takashi Nagase, está vivo y pasa parte de su tiempo en el mismo escenario de tortura y miseria que los vinculó en el pasado: Kamburi en Tailandia. Decide viajar a este lugar para encontrarlo y cobrar venganza. El encuentro sucedió, pero Lomax no mató a su verdugo. El ex soldado británico había fantaseado desde el mismo fin de la guerra con la venganza, sin embargo no fue capaz de ejecutarla. Al verse frente a frente, ambos indagaron en las profundidades del alma, del dolor, del sufrimiento. Al final surgió el milagro, la sanación. Víctima y victimario emergieron como hombres nuevos y desarrollaron una profunda amistad hasta la muerte de Nagase en 2011. Eric Lomax murió en 2012.
Esta es la historia, basada en un acontecimiento real, que relata la maravillosa película ‘Un largo viaje’, cuyo título original es ‘The railway man’ (El hombre del ferrocarril), protagonizada por Colin Firth (ganador del Oscar por su actuación en ‘El discurso del rey’). Una película mandada a hacer para Colombia en este justo momento en que se empieza a discutir en La Habana el muy sensible y delicado tema de las víctimas del conflicto y la responsabilidad de la guerrilla por las atrocidades que ha cometido. ‘Un largo viaje’ es definitivamente una gran película más que pertinente en este momento. Por ejemplo, los diálogos que se dan entre los veteranos de guerra británicos, ya retirados y maduros todos, son tremendamente reveladores de las consecuencias que deja la guerra en quien la vivió y padeció. Alguno de ellos dijo “Nosotros no vivimos, nos quedamos en lo mismo, no podemos amar, dormir, somos un ejército de fantasmas”.
Sin embargo, el epicentro de la película es el encuentro final entre Lomax y Nagase. Su conversación es iluminante. El hecho de que se convirtieran en fraternales amigos no es lo principal, y no es algo que haya que buscar o forzar. En este caso simplemente sucedió. Es la indagación en la realidad íntima de víctimas y victimarios lo que nos puede dar herramientas para entender un poco más lo sucedido y, en últimas, para afrontar de la mejor manera posible el presente y el futuro.
Estamos en el momento crucial de las negociaciones Gobierno-FARC. Las víctimas viajarán a La Habana y se encontrarán con los líderes guerrilleros. Ese encuentro será supremamente importante. Ojalá se cree un ambiente que permita que un diálogo sincero aflore. Esto no es fácil, cuesta bastante. Será doloroso para las víctimas y muy dispendioso para quienes hablen a nombre de la guerrilla. Finlay, compañero de Lomax, le dijo en una ocasión a Patti, la esposa de este último: “Hay cosas tan malas, tan humillantes y vergonzosas, que no estoy seguro de que pueda (Lomax) hablar alguna vez de ellas”.
Si se logra establecer un diálogo sincero y profundo entre víctimas y victimarios, que no esté mediado por intereses políticos y por cálculos y especulaciones jurídicas, por el castigo que se pueda o no tener, es muy probable que ese diálogo sea el primer paso para una sanación colectiva.
El camino es bien largo, apenas estamos empezando.
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