Andrés Hurtado García
Apenas aterrizó el DC3 que venía de Villavicencio y que seguiría con nosotros, la emoción fue grande. No es la primera vez y espero no sea la última y que los lectores me perdonen "la machacadera", amo los DC3 y espero que este extraño amor no sea una aberración para diván de psiquiatra o para libros de las famosas -filias. En mi libro "Colombia Secreta (Unseen Colombia en inglés) dedico un apasionado párrafo a los DC3. Sé, y eso me consuela para excusar esta posible aberración, que no soy el único adorador de los DC3. Los hay por todas partes y aumentan en la medida en que los viejos aviones reliquias de la Segunda Guerra Mundial, van desapareciendo. Los han desterrado de los aeropuertos grandes por su lentitud en despegar y aterrizar. Lo que ocurre es que los DC3 sí vuelan, se les ve el esfuerzo. Los modernos jets están tan automatizados que parece que no sintieran ni el esfuerzo ni el placer de volar. Tengo otro motivo más para quererlos. El 9 de enero de 1989 nos estrellamos en uno de ellos en la Piedra del Cocuy, lugar de frontera común entre Colombia, Brasil y Venezuela. El avión al caer rodó dando saltos locos en la selva y tumbó más de 30 árboles bastante gruesos. Y quedamos todos vivos y algo magullados. Es lo que llaman un milagro. El avión quedó muy destrozado, sin embargo lo sacaron de esas lejanías y lo repararon y al año siguiente con mucha emoción y un poquillo de miedo volví a volar en él. Creo que ese mismo año o al siguiente el heroico DC3 se hundió con su tripulación en uno de los ríos de la selva y allí quedaron todos, él y ellos.
Pero volvamos a nuestro viaje. Al despegar el DC3 sobrevolamos un poco el río Guaviare, uno de los grandes de la selva. Lo forman el Guayabero y el Ariari, y de la unión de las dos palabras sale: Guav-iare. Antes de rendirse al Orinoco el Guaviare recibe a otro de los grandes de la selva, el Inírida. El Guaviare al morir tiene más agua que el Orinoco que viene de la entraña de Venezuela, de la Serranía de Parima. Por esa razón algunos dicen que el verdadero Orinoco, el que debería llamarse Orinoco es el Guaviare. Argumento pueril, nacionalista de tipo chovinista, realmente falto de pies y cabeza. Lo uno nada tiene que ver con lo otro. Siendo exactos el Guaviare no le cae al Orinoco sino al Atabapo y dos kilómetros más adelante se juntan con el Orinoco, así es la cosa. Ese amasijo de ríos llamado la Cruz Fluvial del Sur, acaba de ser escogido como Territorio Ramsar. Se denominan así en el mundo las regiones que en poco espacio reúnen gran cantidad de agua, o de "recurso hídrico" como dicen los que saben mucho y no saben decir agua.
Y luego vino la tristeza. Las puñaladas a la selva avanzan incontenibles. Desde el aire se observa claramente el fenómeno, ya que la visión es total hasta donde se acaba el horizonte. Dentro de 50 años, si no antes, la selva amazónica será potreros y más potreros. El dilema es pobreza o conservación. Muchos colombianos buscan tierra porque se mueren de hambre y quieren trabajar. En el interior ya no hay tierras disponibles. Los gobiernos tienen la palabra, los gobiernos honestos, inteligentes, recursivos.
Pero dejemos estos alegatos y sigamos volando. Al fin desaparecen los potreros y entramos en la magia del tapete verde total. Es "la esposa del silencio, la madre de la soledad y de la neblina" como llamaba José Eustasio Rivera a la selva.
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