Andrés Hurtado García
Nos llamó la atención ver una comunidad de indígenas católicos, pues prácticamente todos los de la selva son evangélicos convertidos para esta fe por la famosa Sofía Muller, misionera y traductora norteamericana que fundó 70 iglesias y tradujo la Biblia a 20 dialectos de la selva. Algunos la califican de “misteriosa misionera”. Trabajó incansablemente en las selvas de Venezuela, Colombia y Brasil y los indígenas la respetaban y veneraban. En alguna travesía de la selva, hace muchos años, la vi furtivamente, montada en una curiara navegando el río Vaupés. Todos admiraban su fortaleza física, demostrada en un simple detalle: montada en la estrecha curiara remaba alternativamente de un lado y del otro y se mantenía recta en la canoa.
Los indígenas fueron muy amables con nosotros. El gobierno del Vaupés debe volver su mirada hacia Yuruparí; en el centro de salud no hay nada, absolutamente nada, ni un esparadrapo, ni una aspirina, ni alcohol, nada. Y la casa está sucia y abandonada, llena de polvo y telarañas.
1 enero 2015. El nuevo año nos recibió con un día soleado y esplendoroso. Tuvimos una agradable sorpresa para el desayuno. Alcides, uno de los tres acompañantes que nos ayudaron en la selva, nos había dicho que estaba muy agradecido con nosotros, que nunca se había sentido tan bien tratado y que nos regalaba una gallina. Pero eran ya las nueve y “se pasaba” la hora del desayuno. Al fin apareció nuestro buen amigo Alcides con el regalo. Nos contó que el día anterior por la noche había cogido la gallina y la había encerrado para traérnosla al amanecer y había dicho a sus parientes y amigos que no la dejaran salir del canasto donde la tenía y ellos, borrachos, la soltaron. Madrugó Alcides y estuvo correteando él solo durante tres horas al animalito hasta que al fin lo cansó y lo pudo agarrar. Este primer día del año lo pasamos visitando el Raudal en su margen derecha. Nosotros estábamos alojados en la margen hidrográfica izquierda. Vicente Villa, querido amigo a quien yo conocía de muchos años atrás en mis travesías por estas selvas, muy amablemente nos pasó en su falca al otro lado del raudal para que inspeccionáramos todas las cuevas rocosas que el río había desnudado ahora por estar bajas las aguas ya que había entrado el verano. Por la noche vino nuestro amigo el concejal de Carurú, John Jairo Durango, y en cuatro horas, remontando el río Vaupés, nos llevó de vuelta a Carurú al día siguiente. Allí fuimos a visitar de nuevo el Batallón 52 de selva y el Coronel Néstor Giraldo nos hizo conocer y montar en las poderosas lanchas pirañas, armadas de ametralladoras con las que patrullan los ríos de la selva. Fuimos a visitar a las autoridades indígenas y a agradecerles su hospitalidad. La mamá del concejal nos agasajó con espléndido almuerzo, dormimos en su hotel y al día siguiente el DC-3 llegó puntual a las 7 de la mañana y nos llevó de regreso a San José de Guaviare, donde tomamos el avión para Villavicencio. De allí a Bogotá utilizamos transporte público y nos armamos de paciencia por la cantidad de camiones que suben y alargan un viaje que debiendo durar dos horas por la enderezada carretera se convierte incluso en cinco. Pero… regresábamos ya a “la civilización” y eso es la civilización. En la selva no tuvimos que aguardar a nadie, caminábamos y caminábamos bajo el dosel verde sin problemas de tráfico. ¿Dónde viviremos la Navidad del año 2015 y el Año Nuevo del 2016? El corazón y nuestros pasos nómadas lo dirán.
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