Andrés Hurtado García
Era 24 diciembre 2014. Estábamos en la profundidad de la selva a orillas del Caño Pirandira listos para celebrar la Navidad. Todos habían llevado algo especial para la cena y Ramiro Mariaca y Alejandra Murcia, siempre tan especiales, aportaron el pavo y las carnes empacadas al vacío. No faltó la botella de vino ceremonial. Nuestros invitados especiales fueron Jairo, Wilmer, Libardo y Alcides, que eran los guías y porteadores. Cada una de las carpas estaba adornada con dos o tres bombas de colores. Todos habíamos llevado aguinaldos para repartir. En el brindis recordamos a los familiares, amigos, a todos los que con nosotros han peregrinado en todos los lugares del mundo y también hubo un brindis especial por Colombia, por las selvas, los ríos, las montañas, los bosques, los páramos, los animales, el viento, las estrellas, la noche, el sol, la lluvia, todos los elementos. Un brindis por la vida. Yo había traído un vino desde Bilbao, de las bodegas del Athletic de Bilbao Football Club que me había regalado Violeta López, esposa del más famoso alpinista vasco de la actualidad, Juanjo San Sebastián y la consumimos en su honor.
25 de diciembre 2014. Nuestra rutina en la selva era salir temprano, cuando se podía, cosa que hicimos todos los días excepto uno, desayunar y caminar toda la jornada y solo comer por la tarde a las cinco o seis cuando instalábamos el campamento. Ya estamos acostumbrados a este ritmo. Después de cuatro horas y media de camino llegamos a mediodía, a un caño donde pudimos bañarnos. Continuamos el viaje y Diego Castro encontró un lagarto de varios colores, muy vistoso, de tal vez unos 25 centímetros de longitud, subido en el tallo de un árbol. El bello animalito se prestó para una larga sesión de fotografías. Yo nunca había visto un lagarto tan hermoso. Tuvimos tres lloviznas ligeras a lo largo del día. Llevábamos siete horas de camino cuando llegamos a la orilla de otro caño y allí montamos el campamento. Lo acostumbrado entre los que exploran selvas es usar hamaca para dormir. Yo prefiero mi carpa, porque la cierro y allí no entran zancudos ni mosquitos. Lo uno por lo otro. Dentro de la carpa hace más calor, a veces mucho calor.
26 de diciembre 2014. El plan original era llegar a Villa Gladys, la finca de Jairo Gómez, ubicada en la orilla del Caño Pacoa, que es afluente del río Apaporis, y regresar por el mismo camino, pero vimos que no íbamos a poder cumplir el objetivo tal vez porque anduvimos muy despacio, deteniéndonos mucho, buscando hongos, insectos y haciendo muchas fotos. Decidimos entonces regresar por el mismo camino y utilizar los mismos campamentos. En estos días de regreso gastamos la mitad de tiempo de los días de ida. Todos los días de este viaje por la selva encontramos el "cabodehacha". Yo, viajero de muchas selvas, ya lo conocía.
De pronto en la espesura de la selva aparece un claro, generalmente redondo, de unos 6 metros de diámetro. En el centro del círculo hay un árbol joven, de tallo poco grueso que es el que no deja crecer a ningún otro a su alrededor. Así como suena. Me dicen que cuando es joven el árbol suelta una sustancia que no deja "pelechar" a ninguno más. Al llegar a la madurez el árbol pierde este poder. En el sitio del campamento algunos compañeros pretendieron pescar pero nada lograron aunque la noche se prestaba para ello. Jairo prendió una hoguera para espantar los mosquitos y abejas angelitas que aunque no pican, sí se meten entre el cabello y molestan.
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