Llegamos a Segesta, llamada Egesta por los griegos. Fue fundada por los elimos. Los elimos fueron los primeros pobladores de Sicilia en el siglo XII a.C. y antecesores, por lo mismo, de los griegos. Esta ciudad, Erice y Entella fueron los asentamientos de los tres pueblos primitivos de la isla. Según otros, Segesta fue fundada por fugitivos de la guerra de Troya, motivo por el cual cuando Segesta se rindió a Roma en el siglo III a.C. esta la acogió y protegió ya que Eneas, huido de Troya e hijo de Anquises y de la diosa Venus dio origen divino a los emperadores romanos y sus descendientes, Rómulo y Remo, fundaron a Roma. Así lo cuenta Virgilio en La Eneida.
El historiador Tucídides la nombra en sus obras. Ya dijimos que vivió en perpetua enemistad y guerras con su vecina Selinonte. En un principio fue aliada de los cartagineses y por ello los siracusanos la asediaron. Todos los pueblos de Sicilia se vieron envueltos en las Guerras Púnicas, ya fuera por estrategia y necesidades de supervivencia o por la cercanía a África que situaba a la isla como un puente indispensable para llegar a la archienemiga Roma.
Tanto el templo como el teatro se encuentran en el Monte Bárbaro y hay que hacer una caminata para llegar a ellos. Los paisajes que se gozan de los campos, del templo y del mar son bellísimos y en la primavera los prados que rodean al templo y al teatro se llenan de flores. El templo, uno de los mejor conservados, es dórico, hexástilo y ligeramente más largo que el templo dórico clásico porque su fórmula columnaria es 6 por 14. Verlo en medio de un prado hermoso y aislado le confiere todavía más belleza. El templo carece de techo; nunca se le puso. ¿La razón? Se manejan dos hipótesis, que la continua guerra entre Segesta y Selinonte no permitió hacerlo o bien que no era un templo propiamente dicho sino un monumento a los dioses. Sea lo que sea, me pareció el más hermoso de todos los de Sicilia, dada su ubicación y el contorno y la estructura misma de su armónica estampa. Las 36 columnas son macizas y carentes de acanaladuras.
El caminito que lleva al teatro mide 2 kilómetros. Las graderías se conservan en perfecto estado y tiene capacidad para 3.000 espectadores. Se cree que igual que lo ocurrido con el templo, la lejanía y la dificultad de acceso para transportar las piedras en descenso, hicieron que las dos construcciones no fueran desmanteladas para hacer con ellas otras edificaciones en siglos posteriores. En verano hay presentaciones de las obras de Esquilo, Sófocles y Eurípides en el teatro. Es como retroceder 25 siglos.
Y así, con las imágenes todavía pegadas al alma de los templos griegos de Agrigento, Selinonte y Segesta regresamos a Taormina, el nido de águilas, trepado casi en la cumbre del Monte Tauro y que domina toda la bahía y cuya vista se extiende sobre el Estrecho de Sicilia hasta Calabria en territorio de la península italiana. En la libreta secreta que guarda mi alma de viajero y nómada, quedan Palermo, Siracusa, el ascenso al volcán Etna, los lugares que inmortalizó la serie de El Padrino, y grabadas con letras de fuego la alegría, la hospitalidad y la amabilidad de los sicilianos, y también el sabor de su rica gastronomía. Iván Gioia, nuestro anfitrión, nos llevó al aeropuerto de Catania y allí tomamos el avión para Roma.
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