Para rescatar a Helena, arrebatada a Menelao por Paris, los griegos sitiaron a Troya por diez años, en medio de peripecias asombrosas. Las confrontaciones dirigidas por militares legendarios, tenían despliegue en los escenarios de Marte que culminaban en degollinas monstruosas, dejando sembrado en los campos el silencio de la muerte. Los perros feroces hacían hartazgos con las carroñas y los buitres destripaban en pedazos los muñones en descomposición.
Allí estuvieron Agamenón y Aquiles comandando a los mirmidones y Héctor con Eneas dirigiendo a los troyanos en faenas heroicas que Homero y Virgilio relataron en libros memorables.
Para vencer la resistencia de Príamo, asaltaron los aqueos su buena fe, inventándose un caballo del tamaño de un montículo, construido por Epeo. Allí escondieron un ejército para tomarse la ciudad. Sorprendidos los teucros con la felonía de los argivos, vieron desmoronar en añicos su almenada fortaleza.
En Caldas también tuvimos nuestro Caballo de Troya. El foráneo llegó piafando de los Llanos Orientales, no en cuatro extremidades. Apenas bípedo, de ojos cimarrones, con airecillo de vaquero, inundando con su apetito voraz todas las pesebreras de la burocracia. Fue un potro insatisfecho, inconforme con las dehesas que ocupaba. Tuvo que ver con las recuas que trajinaban la geografía del petróleo, después galopó por las tierras del Chocó en donde manchó su piel cobriza. Repudiado por la etnia morena por sus berrinches zalameros, llegó a las pistas de Caldas. Algún encanto debía tener este bucéfalo para conquistar el cariño de unos jinetes garbosos, que usaban borceguíes de cuero fino, vestían bombachos de pana verde; estos heliotropos sabían templar las riendas para sentir los sobresaltos de las apuestas cuando los rocinantes resoplaban impacientes en la hora de la
largada.
Fue tal el dominio que logró en el corazón de sus amos, que lo halagaron con la propuesta de ser el gran percherón de esta comarca. No tuvieron en cuenta que este potrillo venía de los escondidos morichales, desconociendo que a nosotros nos placen los caballos fogosos de sangre árabe. Pues bien: lo recorrieron por pueblos y veredas para que nuestras gentes conocieran sus relinchos, admiraran su
trote galopero, y se prepararan para soportarlo por cuatro año en las cabellerizas del
departamento.
Grande es Alá. El alazán del Llano perdió las competencias y sus protectores le buscaron otros potreros para que mascara yerba fresca.
Pero… ¡Oh milagro! En noche de duendes traviesos, el rocín fue transmutado en ser humano. Comenzó a llamarse Francisco Cruz Prada. Embolató los cascos, lo liberaron de la albarda, desaparecieron las bridas y la vara mágica de los nigromantes lo incrustó en la gerencia del Aeropuerto del Café.
Equivocación monumental. Derrochó un dineral conseguido por el espadachín Oscar Iván Zuluaga, manejándolo abusivamente. Fue pésimo en la ejecución del proyecto puesto en sus manos y, blando y querendón con sus compinches, aceptó maliciosamente que los consorcios que ganaron los contratos fueran los mismos que hicieran las interventorías. Conducta posiblemente punible, o al menos travesuras o ingenuidad es de un ejecutivo tontarrón. Por su desatinado comportamiento tuvo que huir a las volandas, dejando todo sapoteado.
El llanero le causó a la obra, una sangría venal de más de $16.000 millones de pesos. Mauricio Lizcano con lengua gráfica estampilló a este insensato:“Cruz Prada es el único “avión” que despegó del aeropuerto de Palestina”.
Es imposible transformar un jamelgo en empresario.
Ahora resulta, para asombro de los caldenses y también de sus paisanos, que el señor de esta historieta, ha sido nombrado secretario para manejar el Medio Ambiente en Bogotá.
Qué decepción tendrá el alcalde Peñalosa cuando se entere que le metieron un Caballo de Troya a su nómina oficial.
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