Creo que es oportuno buscar nuevas formas de enfrentar la realidad; parecería que solo se trata de hablar, preguntar y responder, ver quién tiene el discurso más poderoso o quién habla más duro y tiene la razón. Dice Adam Kahane, en su libro Cómo resolver problemas complejos, que 'hablar francamente es mejor que hablar con reservas o no hablar del todo, porque eso nos permite ver más aspectos del problema y entenderlo desde múltiples perspectivas; sin embargo, en sí mismo, hablar sobre un problema no cambia nada; se requiere algo más'. Tal vez algunos piensan que es necesario llenarse de argumentos para responder al otro con la verdad, su verdad. Es lo que hemos visto estos días con motivo del acuerdo de la Habana, argumentos a favor y en contra; con cosas interesantes como el ejercicio del Espectador y Semana que le ponen contexto histórico; mientras que otros, resaltan los desaciertos y los vacíos en el proceso y en el acuerdo; pero, como dijo el expresidente Gaviria 'la paz no es perfecta' y nunca lo será.
La perfección es un deseo perverso del ser humano que generalmente termina mal; era lo que quería Hitler, la perfección de la raza humana y por cuenta de eso la humanidad fue testigo del peor genocidio de la historia. Otros están tratando de desestimar el valor del acuerdo, por los desaciertos de liderazgo del presidente Santos; y ni qué decir de la rabia que se percibe en el expresidente Uribe que parece no conocer los límites, en su intención de destruir a su antiguo compañero de batalla, al punto de no tener en cuenta el impacto de su discurso, en la mitad de los colombianos que lo defienden y en la otra mitad que no lo soportan.
En concordancia con los planteamientos del experto canadiense, considero que necesitamos poner otros ingredientes y uno muy importante es entender e incorporar, en toda su dimensión, el vocablo CONVERSAR, que significa cambiar con o también podría decir, aprender juntos. El aprendizaje implica no solo saber qué debo hacer, sino hacerlo para obtener un resultado diferente; no podemos pensar que la paz vendrá como producto de las mismas acciones que nos trajeron hasta aquí. Conversar implica escuchar las palabras del otro, pero también su forma de pensar, sus creencias, sus intenciones y sus acciones, para reconocerlo como un ser legítimo, valorarlo y aceptarlo con sus diferencias y desde allí encontrar nuevos caminos y construir una realidad mejor a la de hoy.
En una columna de opinión, este fin de semana, se decía que el acuerdo en La Habana había sido un show innecesario ¿No será que es importante contar con el aval de la comunidad internacional para avanzar en este ejercicio, especialmente con la dificultad que tenemos internamente para lograr acuerdos y actuar colectivamente? ¿Qué pasa si los colombianos, dirigentes, medios y ciudadanos, empezamos a cambiar los juicios por una reflexión personal más constructiva donde aceptemos que todos, por acción o por omisión, somos parte de la violencia? Somos responsables por no hacer nada, por creer que el problema y la solución son de otros, por quedarnos en los juicios, por nuestra impulsividad y por la falta de sensibilidad. Es tiempo de reconocer nuestra historia, escuchar con apertura los diferentes puntos de vista, aceptar nuestros propios dolores y miedos, para dejar de culpar a los demás por lo que nos pasa. No importa si el acuerdo es imperfecto, si es Santos o Uribe, si me gusta o no; es hora de encontrar nuevas posibilidades desde un diálogo generativo que permita, a partir de las diferencias, construir puentes y no muros. Las condiciones nunca van a ser lo que queremos que sean, el mundo no es perfecto; la realidad es la que es y deberíamos aceptarla para pasar a un ejercicio ciudadano más responsable y comprometido ¿Qué podríamos hacer, usted y yo, para asumir nuestro papel y ser parte de una acción colectiva que nos permita vivir en el territorio que soñamos?
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