El surgimiento del Estado Islámico en un tercio del territorio de Irak y Siria ha desatado un rompecabezas para sus tambaleantes gobiernos. De hecho, no solo afrontan los desafíos que implica combatir militarmente a este grupo de yihadistas suníes, sino las amenazas que encarnan para su existencia como Estados.
Además, del efecto dominó que pueden desencadenar sus acciones sanguinarias en la estabilidad política del Medio Oriente, una región gobernada por regímenes autocráticos con características comunes: abusos de poder, marginalidad, pobreza y restricciones a las libertades ciudadanas que han originado nuevos grupos de extremistas.
Un grupo extremista como EI es una amenaza para aquellas autocracias, cuyos líderes viven en la opulencia, mientras sus pueblos languidecen de hambre. Por eso, las luchas por el poder son sangrientas y bestiales. El EI en Irak busca impedir que el gobierno chiíta gobierne zonas del centro y norte dominadas por suníes. Su fortaleza económica y la capacidad militar le han permitido al EI reclutar más de 50 mil yihadistas suníes de la región y de los suburbios del mundo, que lo ha convertido en una temible amenaza para las autocracias árabes y para los intereses de las potencias en el Medio Oriente.
Sus brutales ejecuciones y sus acciones extremistas han hecho que el péndulo de la geopolítica internacional se mueva hacia el Medio Oriente. Por consiguiente, tiene en jaque a los maltrechos gobiernos de Irak y Siria, donde controla extensos territorios estratégicos que poseen grandes reservas de petróleo, zonas preponderantes dentro del mapa petrolero mundial y clave para los intereses estratégicos de varias potencias en el Medio Oriente.
En Irak controla cinco campos petroleros, refinerías y una central hidroeléctrica. En Siria domina otros tres grandes pozos petroleros y refinerías, que producen entre 50 mil y 60 mil barriles diarios de petróleo, que sacan de contrabando por la frontera con Turquía. El gran dilema para la coalición que han conformado Estados Unidos, la UE, Canadá, Australia, Rusia y los países árabes para combatir el IE es que cómo convertir en aliados estratégicos a grupos extremistas que el pasado combatieron. Un dilema que no es nuevo en la política exterior de las potencias, especialmente Estados Unidos, de asociarse con grupos extremistas para combatir a otros, al igual que con países que patrocinan este tipo de organizaciones.
El surgimiento del EI es el resultado de las tensiones políticas que generó la invasión de Estados Unidos a Irak y su desastrosa política que aplicó cuando depuso la dictadura de la minoría suníes de Hussein y llevó al poder a la mayoría chiíes. Estados Unidos con el derrocamiento de Hussein buscó reconfigurar los poderes chiíes en la región para blindar sus intereses estratégicos, pero salió trasquilado.
La caída de la dictadura sunita que había reprimido durante dos decenios a los chiítas y el ascenso al poder de estos últimos, incrementó más rivalidades entre estas dos doctrinas del islán. Enfrentamientos que han originado nuevos grupos yihadistas suníes contra las políticas chiítas y uno de ellos es el EI.
Obviamente que sunitas y chiítas no son núcleos islamistas monolíticos, sino que dentro de ellos existen rivalidades entre radicales y moderados por intereses políticos y económicos propios de las particularidades de cada país. Rivalidades que Estados Unidos y otras potencias manipulan para configurar un mapa político en el Oriente Medio de acuerdo con sus intereses económicos y geoestratégicos.
La guerra en Irak, la primavera árabe y los conflictos en Libia y Siria han generado una profunda inestabilidad política en Medio Oriente, nuevos conflictos y más grupos yihadistas suníes con células en Estados Unidos y Europa. Células conformadas por jóvenes que a pesar haber nacidos en Norteamérica y Europa son discriminados y excluidos por las crecientes olas de xenofobias en contra de los inmigrantes musulmanes y sus descendientes. Muchos de esos jóvenes se sienten identificados con el EI, donde pueden obtener una nueva identidad y ser reconocidos como parte integral de una sociedad incluyente.
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