Parece cómico ver a un puñado de congresistas del Centro Democrático arremetiendo contra el Congreso de la República únicamente porque no les parece que sea este el ente idóneo para refrendar la paz que ellos llaman la paz Juan Manuel Santos, una paz que llevamos esperando casi cien años todos los colombianos y que nos ha costado más de 220 mil muertos y mucho más de ocho millones de víctimas.
El tire y afloje en que se convirtió la refrendación y la posterior implementación del Acuerdo luego de la pírrica derrota del 2 de octubre nos lleva ahora a un nuevo escenario que pone en el Congreso de la República la responsabilidad de sacar adelante este proceso de negociación que demanda, no solo de los congresistas, sino de los colombianos en general, la máxima grandeza.
Lo he dicho en muchas ocasiones y lo repito hoy, a todas luces la paz, por imperfecta que les parezca a los detractores del Nuevo Acuerdo de La Habana, es muy superior a una guerra perpetua en la que muchos de nuestros compatriotas, en particular los menos favorecidos, han tenido que pagar un alto precio.
No voy a hacer aquí apología del Congreso y menos de los congresistas, pero cada quien habla de lo que le corresponde. Llevo casi seis años en el Congreso y a pesar de pertenecer a un partido que representa una minoría y con el que muchas veces guardo distancia en algunas de sus posturas, he dado una lucha por aquellos que no tienen voz y cuyos intereses muy pocos representamos. Pudimos derrotar el populismo punitivo que pretendía imponer la cadena perpetua como si la gente no tuviera opción de una segunda oportunidad; dimos la pelea por los jóvenes infractores de la ley a quienes en lugar de ofrecerles oportunidades se les quería imponer cárcel; denunciamos con sus consecuencias el cartel de la contratación en el ICBF y el robo de cientos de contratistas de los recursos de alimentación para los niños; pusimos en la agenda el exterminio de niños wayuu por desnutrición en la alta Guajira; sacamos adelante un proyecto.
Pero tal vez el mayor orgullo de esta labor legislativa ha sido contribuir a la discusión y apoyo a las herramientas legislativas que han dado forma y avance a este proceso de paz. Desde el Congreso y más precisamente desde las comisiones de paz de Senado y Cámara recorrimos el país, en donde miles de personas de los 32 departamentos hicieron propuestas concretas a la Mesa de negociación. Fue el Congreso el que promovió y aprobó el acto legislativo para la paz que busca facilitar la implementación de lo acordado en La Habana y el marco legal para la paz que brinda elementos jurídicos para el desarrollo de la justicia transicional. Sin temor a equivocarme puedo decir que este ha sido el Congreso de la Paz.
No desconozco que el Congreso es una de las instituciones más desprestigiadas del país y a pesar de los millones de votos que suman la elección tanto de los 102 senadores como los 166 representantes y que asciende a 14.310.367 votos.
Sin embargo, desde hace más de 200 años, el Congreso cumple la función constituyente y legislativa y está facultado legítimamente y por elección popular para realizar reformas a la Constitución y ejercer control político sobre el gobierno y el poder ejecutivo en general. De esta manera el Congreso está facultado para avanzar no solo en la refrendación, sino en la implementación del Acuerdo de Paz que esperamos colombianas y colombianos luego de 37 intentos fallidos para terminar de manera negociada este largo conflicto.
P.D.: Llama la atención precisamente que un expresidente del grupo detractor del Congreso, haga parte de este cuerpo colegiado al que ahora llaman circo ¿Bienvenidos los payasos?
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