Pase el rey que ha de pasar, la hija, o el hijo, del conde se ha de quedar…, así comienza un juego infantil. Los que se reunían a practicarlo se disponían en una fila y dos de ellos previamente seleccionados, se hacían uno frente al otro, se tomaban de las manos a cierta altura y subiéndolas y bajándolas cada uno de los que jugaban iban pasando por debajo y quien quedara atrapado entre los brazos, a decisión de quienes entrelazaban sus miembros superiores, cumplía una pena.
Pasaban las horas y se repetía una y otra vez la fila, turnándose entre todos los ejercicios rítmicos con los brazos y el canto del estribillo, para sorprender a quien pasaba, lo encerraban y lo penalizaban.
Ello es propicio para establecer un análisis sobre aquellos que pasan de agache o mejor interpretado: como agacharse, al no asumir las responsabilidades ante eventos en los cuales participan o tienen conocimiento de ellos y deben ser enteradas las autoridades o los superiores o hacer un llamado directo a los infractores de la ley o las normas.
Miembros de juntas o cualquier organismo colectivo de dirección son los más proclives a esa conducta, para que otros asuman las responsabilidades que les competen solo a ellos. Lo mismo sucede por doquier cuando impera el silencio ante graves hechos que en ocasiones pueden llegar a comprometer la vida de personas. No es el fortalecimiento del imperio del sapo, es el cumplimiento que les imponen las diferentes reglamentaciones a las cuales se han sometido por el solo acto de tomar posesión del escaño o del cargo.
Para ejercer honestamente una membresía o un empleo, ya sea por elección o por designación, debe comprometerse radicalmente con las funciones propias de su actividad
No hay necesidad de ejemplificar mucho lo escrito. Solo hay que escudriñar lo que sucede alrededor. Pero obliga aunque sea una mención en salud, sin descartar que hay otras muestras que han causado pavor por las consecuencias. Hace casi 20 años, el país contaba con una epidemia de dengue que hacía estragos en muchas comunidades en donde existía el vector Aedes aegypti, un mosquito con características morfológicas distinguibles, cuya hembra hematófaga es la transmisora del virus, y costumbres predecibles.
Se fumigaron ciudades y pueblos enteros; se hicieron prácticas para eliminación del vector y se dieron instrucciones casa a casa e institución a institución; se difundieron masivamente normas para control del Aedes y se repartieron por múltiples vías una descripción de los signos y síntomas esenciales de la enfermedad para el diagnóstico precoz.
Continúa el virus del Dengue, apareció el Chicungunya, y ahora el Zika es la causa de la epidemia. Todos transmitidos por el mismo vector.
¿De qué han servido 18 años? Algunos dirán rememorando la famosa canción de los viejitos que indica que veinte años no son nada. Ello, sin platicar de las campañas antiAedes en las décadas de los años 40 y 50 del siglo pasado. La epidemia de dengue en 1972, por la reintroducción del vector, como todas las epidemias fue un importante problema de salud pública en los cuatro puntos cardinales del país.
No puede el país aguantar más años para que las normas que conducen a la prevención de las enfermedades esperen una y otra vez que se olviden sin un continuo llamado a la sociedad. Si hubieran persistido las medidas sencillas y permanentes, hoy no habría la epidemia del virus Zika.
Temas traducidos en preguntas como: ¿Por qué el Sistema de Seguridad social en salud sigue en lo mismo a pesar de las reformas legales? ¿Por qué hoy se ejerce una medicina diferente a la del siglo pasado? ¿Por qué los avances en la calidad de la educación no han llegado a una cobertura siquiera del 70%? ¿Cómo hace para vivir una familia de 4 personas con uno y medio salario mínimo legal mensual? ¿Por qué se asustan con la desnutrición letal de unos niños (el síndrome del témpano) y se olvidan los millones de otros? Pase el rey…
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