Hubo quienes juzgaron desafortunado, inconveniente y condenable el baile en Año Nuevo de supervisores y supervisados, pero que no le dieron importancia al ya famosísimo ‘coscorrón’; otros, al contrario, consideraron desafortunado, inconveniente y condenable el ‘coscorrón’, pero no le vieron nada grave al tripudio aquel. Todo depende del lado de la cerca en que unos y otros se encuentren. Este introito, para hablar del ‘coscorrón’, golpecito en la cocorota, muy común en la época de la educación con correctivos físicos, cuyo lema “la letra con sangre entra” fue proverbial. Según Corominas, el término es onomatopéyico, pues viene “de KOSK, onomatopeya del golpe dado a un objeto duro”. Lo define así: “Golpe en la cabeza, que no saca sangre y duele”. Empezó a emplearse en 1535. Lo que yo recuerdo del ‘coscorrón’, como de las ‘pelas’ que me daba mi mamá, es que causaba un dolor momentáneo, que se disipaba en un santiamén. Por esto, me parecen más graves los ‘coscorrones verbales’ -los insultos-, pues éstos, una vez recibidos, permanecen en la memoria de la víctima, que los rumia en silencio, lo engurruñan, le acuchillan su amor propio y le despiertan una sed insaciable de venganza. La lengua, dicen, es un cuchillo afilado, que mata sin sacar sangre.
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“…en lo de la alteza de linaje no corre parejas con las Orianas, con las Alastrajareas, con las Madasimas, y con otras de este jaez, de quien están llenas las historias que vuesa merced bien lo sabe” (Don Quijote, II, XXXII). Palabras del duque a don Quijote, que acababa de ponderar el linaje de su sin par Dulcinea. En la época de Cervantes, el pronombre personal ‘quien’ era invariable en número, y se podía aplicar a personas y cosas. Años después, este uso cambió. Actualmente, el pronombre personal ‘quien’ es variable en número y reemplaza únicamente a personas y cosas personificadas. En la presentación del libro “Lluvia de versos”, de Elceario Arias Aristizábal, el señor Jorge Eliécer Zapata escribe: “…y los valores fundamentales de la comarca, a quien con generosidad exalta…” (LA PATRIA, 14/1/2017). Castizamente, así: “…de la comarca, a la que…”. El ejemplo de Cervantes, hoy, sin pretender decir con esto que hay que cambiarlo, ¡absurdo!, se escribiría de este modo: “…y con otras de este jaez, de quienes (de las que) están llenas las historias…”. El texto del genio no debe cambiarse por ningún motivo, pues con ello perdería su autenticidad y su prístino e incomparable sabor.
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Leí y releí las cuatro letras que el corresponsal Víctor Corcoba Ruiz envió a La voz del lector de LA PATRIA, publicadas el 10 de enero de 2017. No entendí nada, lo que pudo ser por incapacidad mía, pues con los años las facultades se van deteriorando, de tal manera que, creo, hoy me rajaría en un examen de comprensión de lectura. Expondré sólo un par de ejemplos en los que fundamento mi afirmación, para ver si tengo razón o para que alguno me confirme que el desmedro de mis entendederas es ya definitivo e irreversible: “Quizá tengamos que salirnos de esta mentalidad mundana, que todo lo vuelve oscuro, para tomar otros caminos más generosos, de mayor donación entre análogos, y también de mayor compromiso entre nosotros mismos con el fin de regenerar la propia especie de la que formamos parte cada cual…”. “Tal vez debiéramos cultivar más nuestros interiores (…). Cuando los que mandan pierden la compostura del buen estilo, también los que obedecen abandonan la compasiva textura y todo se convierte en caos”. Y esta frase: “Volvamos a la poesía que genera sentimientos sin pedir nada a cambio”. Textos como éstos necesitan traducción o interpretación, o, llanamente, ser amasados, para, de nuevo, tratar de hacer con esa masa un producto mejor, de fácil digestión y comprensible.
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In memoriam. Intempestiva consideré la llegada de la hora suprema del columnista y gran señor Pablo Mejía Arango. Ya sus renglones, llenos de buen humor y amor por Manizales, no alegrarán mis desayunos sabatinos. A quienes lo conocimos, nos dio ejemplos imborrables de una fuerza de voluntad a toda prueba. Estará siempre en mis recuerdos.
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