Hasta principios de los años noventa las familias colombianas aficionadas al fútbol podían asistir a los estadios a disfrutar de un partido profesional sin ningún problema. Hoy en día la situación es muy distinta, ir a un ver un partido se convirtió en una actividad de alto riesgo. Desde hace unos veinte años se constituyeron en el país las denominadas barras bravas, conformadas en su mayoría por jóvenes desadaptados, consumidores de sustancias psicoactivas y que llegan al estadio en alto grado de alicoramiento. Jóvenes que son conflictivos y peligrosos.
Cruzarse en las carreteras con los vehículos que transportan a estos hinchas produce temor y encontrarse con ellos en las calles da pánico. Al pasado partido que se jugó hace pocos días en Manizales entre Millonarios y Once Caldas entraron a la ciudad aproximadamente ochenta buses con hinchas del equipo azul, muchos de ellos sentados en la parte de arriba de los vehículos que los transportaban escoltados por la Policía, lo que ya de por sí constituye infracción de tránsito y es una muestra clara que el Estado está siendo incapaz de controlar a las barras bravas.
Es un absurdo que para un partido, por ejemplo, entre Nacional y Once Caldas, la Policía tenga que hacer un dispositivo de seguridad como si se tratara de controlar una toma guerrillera y que tenga que “importar” policías de ciudades vecinas para que le ayuden a los locales a manejar los desmanes que presentan estos aficionados; aficionados que pelean entre ellos, atracan a cuanto ciudadano se encuentran, rayan las paredes, quiebran vidrios y hacen daños por donde pasan.
Los hinchas de Millonarios que vinieron al pasado partido pelearon en las calles, atracaron a las personas que manejan los baños del estadio, dañaron las sillas de las graderías y en su regreso a su ciudad, les robaron a los propietarios de los restaurantes localizados a lo largo de la vía entre Manizales y Bogotá. Eso para mostrar el comportamiento de estas personas en nuestro país, porque tal como lo mostraron los medios de comunicación, estos fanáticos ya están exportando su violencia a otros países. Hinchas del Nacional, Santa Fe y Cali ya han hecho de las suyas siguiendo a los partidos de sus equipos en Perú, Paraguay y Argentina.
El fútbol se ha convertido en el deporte más seguido a nivel mundial. Un partido entre Barcelona y Real Madrid puede ser visto por televisión por más de 500 millones de personas. Actualmente se juegan las finales de la liga de campeones en Europa y los partidos están siendo ampliamente vistos por televisión en todo el mundo; lo mismo sucede con los que se transmiten de la Copa Libertadores.
Ya quisiera el país que esos jóvenes aficionados y que hacen parte de las barras bravas, pusieran todo ese compromiso con sus equipos y fanatismo al servicio de una actividad productiva. Hinchas que hablan permanentemente de su equipo, que ensayan sus cánticos -que como todo lo nuestro son copiados de los argentinos-, que viven en función de buscar recursos para viajar a otras ciudades a acompañar a su equipo. Claro está que a estos fanáticos les sucede en muchas oportunidades que por estar pendientes de los cantos y de las peleas y de lo que hacen los otros aficionados en las tribunas no ven los partidos, ya que en el fondo no les interesa el resultado del partido, sino que con sus actitudes y comportamientos lo que están haciendo es desfogar toda una carga emocional que tienen en su interior.
Sin lugar a dudas el comportamiento de estas personas es un reflejo de lo que se ha vivido en el país a través de su historia y así como se está tratando de conseguir la paz, se debe empezar a trabajar con los integrantes de las barras bravas. Mientras se consigue que corrijan su comportamiento se debe, entre otras, prohibir que las barras bravas se desplacen de una ciudad a otra.
Las medidas de control y sanción que se requieren urgentemente, deben ir acompañadas por un compromiso claro entre las autoridades y los directivos de los equipos. Aprovechar por ejemplo los ensayos de los cánticos que normalmente se hacen en los estadios y las reuniones que hacen los hinchas para recoger fondos, para fomentar conversatorios de paz y convivencia ciudadana en las que se les ayude a manejar y a atender toda la carga emocional que tienen; es decir, que se practique la zanahoria y el garrote.
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