Tenía 14 años cuando me lancé el primer trago largo de aguardiente Cristal. Vi que no había fiesta, noche buena, cumpleaños, bautizo, año nuevo y hasta entierros y velorios donde no estuviera el agua que arde. El esposo de una tía se tomaba todas las mañanas un trago en ayunas, para el ánimo y las lombrices. Hasta la vida del más allá gusta del licor, pues es usual ver que al “descorche” el primer chorro, que va al suelo, es para las ánimas del purgatorio.
Cuentan mis abuelos que cerca al puente de la quebrada Olivares existía una cantina, que era frecuentada por señores “despechados” que al ritmo de la canción de Los Cuyos “como se adora el sol” se tomaban los guaros antes de arrojarse al vacío. Habrá que preguntarle al maestro Albeiro Valencia, qué piensa al respecto. Pero el aguardiente también era utilizado para levantar fuerzas ante las debilidades del espíritu o para calmar los nervios, como cuando mis primos se casaban: “par dobles” antes del “si quiero”.
Cuando de llevar serenatas se trata, raro es encontrar al enamorado en “sano juicio”, aunque por fortuna los músicos acompañan la causa a “pico e botella” sin escrúpulos; por eso no es bien visto que entre amigos se pase la mano por encima del pico luego de tomar para quitarle las babas, pues pasará por “zalamero” no lo vuelven a invitar y no se lo llevan “pa seguirla”. Y como el licor es tan caro, siempre se escoge al más “aventao” o a las mujeres por que no las requisan casi, para que se “encaleten” el aguardiente que ya viene en cajas y cajitas, abriéndole las puntas y convirtiéndola en un gran cojín, como los de laca, para ingresarlo donde no se puede.
Por estos días, los licores locales han venido siendo noticia por la llamada “apertura de fronteras” y que despertaron todo tipo de opiniones, muchas de las cuales me llamaron profundamente la atención, incluso de algunos diputados, pues se asumían posiciones sin haber leído siquiera el famoso convenio 24052016-0298 del 3 de mayo de 2016, firmado entre los gobernadores de Caldas y Antioquia, pero elaborado, proyectado y revisado según se lee, por el equipo administrativo y jurídico de la Gobernación de Antioquia.
En medio de todo me preocupa que no existan reglas de juego claras de licores locales frente a los extranjeros. Uno de los mejores diagnósticos lo ofrece Germán Izquierdo quien el pasado 21 de abril escribió un artículo en la revista “Don Juan” el cual tituló “En busca del gran trago colombiano”. Por eso no comparto que el aguardiente sea tratado como cualquier mercancía, pues tiene su propio encanto, es patrimonial, refleja territorio, identidad y cultura, esa de la que pocos hablan.
Los mexicanos con el tequila y los peruanos y chilenos con el pisco, (denominación de origen por demás) nos llevan ventaja. En días pasados el Instituto Colombiano de Antropología e Historia -ICANH- realizó la extraordinaria investigación “Alambiques prohibidos y destilación proscrita” (http://www.icanh.gov.co/index.php?idcategoria=8691), un gran aporte a la cultura nacional de los tragos artesanales. El misterio que la música guasca y carrilera provocan en el aguardiente no tiene precedentes. Usted encuentra en disco tiendas colecciones extensas de la llamada “música para tomar aguardiente” y mientras no vea los CD´s de música para tomar whisky o ginebra, seguiré aferrado a su espíritu. No tengo problema en tomar “Antioqueño” pero cada vez que salga de Manizales, seguiré llevando como regalo Aguardiente Cristal, Ron Viejo de Caldas o el inigualable Amarillo de Manzanares, mientras no se acaben, claro está. ¡Salud!
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