¿Qué hace su mamá? En muchos formularios, encuestas públicas o privadas y entrevistas laborales, cuando se trata de establecer el oficio, ocupación o profesión de una persona, casi siempre existe una casilla, odiosa por demás, destinada a ser marcada por descarte, cuando la mujer y solo la mujer no cabe dentro de las opciones planteadas, y es precisamente la de ser “ama de casa” sin duda, toda una indagación por el hacer y no por el ser.
Algunas culturas otorgan un profundo respeto al papel de la mujer en el contexto no solo de la familia, sino de la propia sociedad. Equivocadamente, algunos asemejan las amas de casa con el servicio doméstico, o como alguien que no cabe dentro de la clasificación de los llamados “aparatos productivos” generadores de desarrollo. Lamentablemente así nos miden en el hemisferio occidental: dime qué haces y te diré quién eres. ¿Acaso no le ha pasado que de manera recurrente siempre nos preguntan qué hacemos y no quiénes somos?
El pasado 22 de diciembre, tuve la experiencia de vivir la partida a la vida eterna, de mi santísima Madre Doña Mariela, en un escenario de una envidiable y merecida paz; con razón dicen, que se muere como se vive. Como muchas damas, era una abnegada ama de casa, de aquellas que se levanta primero y se acuesta de última; que aconseja, instruye, planea, perdona, que no se queja y conduce con legítima autoridad los criterios morales y espirituales de una familia. Pero más allá de los planteamientos que los movimientos feministas han pretendido establecer sobre el papel de las amas de casa, y que sin duda tienen derecho de hacer, la realidad incuestionable es que en nuestra cultura montañera, aún se conserva y preserva la división del trabajo.
Aunque muchas personas honran el papel de los padres en una familia y en una sociedad, ésta en general sigue en deuda por el reconocimiento de la labor de las silenciosas y altruistas amas de casa. No se trata, como muchos pensarán del famoso y comercial “día de la madre”. Es necesario mirar, el papel que estas ilustres damas realizan en la preservación de los valores de lo que constitucionalmente se considera como la célula fundamental de la sociedad: la familia. Creo que es hora de escucharlas, de hacerlas valer, de reconocerles su papel en la sociedad, pues no dudo que ellas puedan tener la fórmula secreta para enfrentar los desvaríos de la corrupción y del ímpetu inusitado de acumular riquezas materiales por encima de los valores fundamentales.
En muchos hogares, de todas las condiciones sociales, es normal ver como ante la insuficiencia de los procesos de educación y de preparación ética y moral de los infantes, las madres optan por asumir con honor el papel de amas de casa. Lentamente se toma conciencia sobre la inconveniencia de dejar en manos de la empleada del servicio doméstico, del vecino, de la tía, del portero, de los amigos, del face o del Xbox, la crianza de los hijos. Se ha reconocido que es preferible un buen ciudadano que un exitoso millonario; un ser sensible al medio ambiente, que un depredador de la naturaleza. Y en estas invocaciones por el ser y no por el tener, el poeta soledeño Gabriel Escorcia, autor de “La Gran Miseria Humana” que inmortalizara con su música Lisandro Meza, dijo en uno de sus versos: “Dime humana calavera: ¿Qué se hizo la carne aquella que te dio hermosura bella qué se hizo tu cabellera cual lirio de primavera?
PDTA: ¿cuánto hace que no sale con su familia a comer obleas a Chipre?
Se ha reconocido que es preferible un buen ciudadano que un exitoso millonario; un ser sensible al medio ambiente, que un depredador de la naturaleza.
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