La corrupción, entendida como un acto egoísta en que alguien se apropia de lo que pertenece a la colectividad, debe analizarse, también, como un estadio de la evolución del comportamiento humano, en cuyos inicios de barbarie se producía el apoderamiento de lo que se consideraba justo poseer en la selva del individualismo, excusado en la supervivencia. La relación entre guerra y corrupción es muy cercana puesto que las dos son formas de apoderamiento particular de algo que pertenece a la colectividad, e incluso, habitualmente una es consecuencia de la otra.
De alguna manera y en diferente intensidad, la mayoría de la colectividad es corrupta o propensa a serlo, como el que engaña a la DIAN en su declaración de bienes y rentas, el que suscribe una escritura pública ocultando la verdad de la transacción, el que ingresa o permanece fraudulentamente en listas de víctimas, pensionados, o de personas que reciben subsidios, el que se cuela en el transporte público o se adueña del espacio de todos en el tráfico vial; pero hay unos cuya avaricia desbordada los lleva a lo que se conoce como la captura del Estado para su provecho ilícito.
Es corrupta una sociedad que maliciosamente cree que hay un mandamiento once, en el que es pecado “dar papaya” y otro, consistente en “no aprovechar cualquier papayazo” que se presente; que tiene tan claro que cuando se pueda, se debe sacar provecho de las necesidades o aspiraciones de los otros, expresión del famoso “CVY”; cuyo paradigma es “el vivo” y su consigna “no ser tonto”,siempre generosa en argumentos para extender los límites morales hacia lo prohibido; que nos ofrece justificación cuando se trata de la propia transgresión.
La corrupción es un estadio de la evolución humana propio de unos primeros momentos de la aparición de las instituciones, como la autoridad y el Estado. Mientras éstos logran garantizar efectivamente lo que en otras épocas lo hacía el arrebatamiento de aquello a lo que creíamos tener derecho, y entre tanto se genere la confianza en el actuar de los demás y en la efectividad del Estado, seguimos buscando el aseguramiento del bienestar personal por cualquier vía.
Es este paso de la supervivencia por mano propia en la selva del individualismo del más fuerte, al fortalecimiento de aquellos institutos que nos permiten dejar en manos suyas la garantía del bienestar personal y el colectivo, lo que explica el momento evolutivo por el que pasa, este incipiente Estado naciente colombiano.
Cada sociedad va buscando como puede la estabilización de las placas tectónicas en las que se sustenta: el monopolio de las armas, la integridad territorial y la unidad nacional, cuyo equilibro es tan frágil que el movimiento de una estremece las otras. La sociedad colombiana, en su corta vida, luego de consolidar la exclusividad de las armas en el Estado buscará el afianzamiento de esa unidad nacional, digna, orgullosa de su pasado, que a pesar de sus circunstancias sigue nadando en el mar de la esperanza de un futuro mejor, en el que es imprescindible que todos protejamos como propios los bienes del Estado a partir de la fundamentación de valores cristianos como la solidaridad, y de principios de la religión civil como el imperativo kantiano según el cual solo podemos obrar de manera que nuestro comportamiento se convierta en ley universal.
Superada la guerra contra la guerra, debemos emprender una contra la corrupción, no solo aquella que ha traspasado los pequeños montos, sino también, contra la que está en ese imaginario en el que solo es reprochable la que cometen los otros.
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