Hay autores que dicen que el amor es uno de los sentimientos más hermosos que pueda sentir cualquier ser humano, y aunque a algunas personas engrandece y a otros idiotiza, es en general visto como una emoción importante y necesaria para mantener las relaciones y los vínculos afectivos. Sin embargo, para algunas personas el amor en muchas ocasiones es un trueque, y en ese sentido se entiende que si una persona da algo, se cree merecedora de un gesto que retribuya lo que ha entregado.
En la historia de la humanidad mucho se ha escrito sobre este tema, que si bien no es muy difícil, tampoco es fácil de entender, más aún, cuando existen relatos que ilustran este sentimiento de una manera sensible y conmovedora, testimonios que dan cuenta de amores trascendentales y que en algunas ocasiones son incondicionales.
Los seres humanos guardan memorias de situaciones bellas y dolorosas y cada cual se queda con la que más le importa de acuerdo con el momento; hay quienes prefieren la rabia, otros la culpa o la venganza, habrá algunos que atesoran en su memoria solo los bellos instantes e invierten tiempo en mantener tales recuerdos como si fueran su gran fortuna.
Mientras tanto, hay relaciones en las cuales no existe ninguna retribución, así como tampoco hay memorias visibles del afecto compartido, asunto que por supuesto causa aflicción y desconcierto a la familia y cuidadores. Es este el caso de las personas diagnosticadas con la enfermedad del Alzheimer, la cual es una dura experiencia para quienes son cercanos y que de una u otra forma mantienen una relación o conexión afectiva con el convaleciente; esta experiencia, invita de alguna manera a comenzar a entender o a aceptar que su ser querido se ha ido a habitar un mundo del que ya no va a regresar.
Amar a quien no tiene memoria, y ser testigo del deterioro cognitivo, mental y físico que ese ser querido va teniendo, es un aprendizaje dramático y en ocasiones devastador, es asumir un duelo por alguien que aunque vivo, va perdiendo paulatinamente, día a día, parte de su vida.
Vivir con una persona con alzheimer es poner a prueba constantemente la paciencia, la humildad, el respeto, es reflexionar diariamente sobre la escala de valores construida hasta ese momento, es de alguna manera poner en entredicho las concepciones de la vida, del amor, de la enfermedad y de la muerte. Lo anterior quiere decir que familia y cuidadores pasan por momentos de mucha dificultad e inclusive instantes en los cuales, aparecen los dilemas éticos y las confrontaciones espirituales.
Dicen algunos investigadores estudiosos de esta enfermedad que la persona con alzheimer, jamás pierde la memoria emocional y que no se desconecta del todo, ello quiere decir que se da cuenta tanto del cuidado amoroso y tierno que le prodigan sus seres queridos, como del abandono afectivo o el maltrato físico y emocional al que a veces es sometido por sus familiares más cercanos.
Amar a quien no tiene memoria, es una experiencia que talla y que pule tanto a nivel emocional como espiritual, y aunque al principio genera negación y mucha resistencia, puede, a pesar de todo lo difícil que es, llegar a convertirse en una gran experiencia, a través de la cual se transforman y sanan muchos momentos de la historia y la existencia familiar y no sólo para ellos, sino también para los cuidadores. A propósito de los cuidadores, de ellos se requiere su amor incondicional, del que tanto se habla y poco se conoce, ese que no pregunta, que no espera, que no exige, que no reclama, ese que sabe desde muy adentro, que el amor a veces puede ser algo no común es decir, paciente, generoso, compasivo y con una gran dosis de humildad.
Amar a quien no tiene memoria, implica aprender a comunicarse a través de otras formas de expresión las cuales, deben ir acompañadas de calidez y respeto por esos cambios que tanto el enfermo como la familia y los cuidadores van experimentando; es aprender a ver el mundo de otra manera y es irremediablemente, dejar de racionalizar y de considerar que todo en la vida tiene una explicación.
Amar a quien no tiene memoria, es una de las mayores pruebas de amor incondicional y de entrega que pueda experimentar cualquier ser humano.
Psicóloga
Docente Universidad de Manizales
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