Me preguntó esta semana un colega si en serio creía que habrá justicia y se llegará al determinador del asesinato de Orlando Sierra. Para esto existe la respuesta políticamente correcta, la que asiente, que implica que sí, que hay que creer en las instituciones... ¡Pamplinas¡
Sabemos quienes hemos seguido la historia de los asesinatos de periodistas en Colombia que la impunidadtqd es parte del juego y que Orlando sólo es una cifra más en los expedientes de la Rama Judicial. Según la Fundación para laLibertad de Prensa (Flip), de 142 asesinatos de periodistas por razones de oficio en Colombia, la justicia no sabe ni siquiera donde están ubicados 49 expedientes. A esto se suma que 64 casos han prescrito y como gran solución, la justicia simplemente aprobó que los nuevos homicidios prescribirán en 30 años, no en 20 como hasta ahora. Con eso solo mejorarán sus estadísticas, no la justicia y postergarán la fecha de prescripción.
Todo empezó con el teniente del Ejército José María Cortés Poveda, que en esta misma Manizales mató al periodista Eudoro Galarza Ossa en 1938 (hace 65 años), director del diario La voz de Caldas, porque supuestamente ofendió el honor militar.
La denuncia del periódico fue simple: el oficial maltrató a un soldado en el cuartel de esta ciudad. De acuerdo con los jueces de la época, que cedieron al verbo elocuente de Gaitán, tan poderoso para llenar la Plaza de Bolívar de Bogotá como para justificar asesinatos de periodistas por honor, el teniente fue inocente. Así lo declaró ¿la justicia? En 1948 horas antes de que asesinaran al caudillo liberal en las calles de la capital.
El caso de Orlando Sierra era el único en Colombia en el que todo estaba dado para condenar hasta el último en la cadena, pero como casi todos los crímenes de este tipo, la impunidad volvió a ser regla. Y los jueces tan tranquilos, al fin y al cabo andan de vagancia judicial.
Leí con juicio durante estos días el más reciente libro de William Ospina, Pa que se acabe la vaina, en el que hace un descarnado análisis de las causas atípicas que han hecho de este país un lugar que aún vive en la Edad Media. Recuerda cómo la élite política colombiana es una sola para defender sus intereses; cómo no hubo traidores de clase, como se pretendió López; que ni Olaya, que acabó con la República conservadora, hizo los cambios que el país esperaba. Que hubo unos cuantos que no pudieron, como Echandía o Belisario. En fin, el libro ahonda en cómo buena parte de nuestros males tienen que ver con el ninguneo al que es sometido a través de los tiempos el pueblo colombiano por una élite eternizada y corrupta.
Esto más en una región como la nuestra, la misma del autor: "En la zona cafetera se construyó un país desde mediados del siglo XIX, y allí se destruyó un país a mediados del siglo XX". A veces lo olvidamos, que aquí se creó la riqueza del país al tiempo que se negaba la calidad de vida a miles de campesinos. No olvidar que aquí se eternizó el frente nacional, esa otra decisión política que excluyó al pueblo y que denunció Orlando Sierra, una y otra vez, hasta ser asesinado.
Sólo le faltó al libro contar que buena parte de esta clase dirigente que niega la verdadera Colombia está llena de jueces y abogados que sólo por ganar más se creen de mejor familia, que es su costumbre mirar por encima del hombro y que se hacen llamar doctores, así su doctorado sea en sentirse superiores. Son los jueces que reclaman mejores salarios, pero casi nada hacen por solucionar en algo la congestión judicial, los que toman medidas que afectan la realidad presupuestal como con la congelación del TIM en Manizales, pero que después se van por las ramas. Esa misma clase que consideró que Eudoro Galarza merecía ser asesinado por decir una verdad, que dejó libre a su asesino, que lo declaró inocente, aunque eso no quiere decir que no sea culpable.
Así sucederá con Orlando Sierra. Podrán alegar sus asesinos inocencia, pero sabemos que esto no quiere decir que no sean culpables. Para que estos hacedores de impunidad no sigan con las suyas nos corresponde a nosotros mantener viva esta historia de un hombre que se hizo a pulso para denunciar los abusos de la clase dirigente de Caldas. Por eso repetiremos hasta el cansancio, que no se acabe la vaina. A Orlando Sierra lo mataron por lo que escribía. Todos lo sabemos, menos los jueces, que con toda consideración esperamos que hayan dormido tranquilos en Nochebuena.
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