Este galardón universal, instituido por el industrial y químico noruego Alfredo Nobel para premiar a los bienhechores de la humanidad, se protocoliza en Oslo, en ceremonia especial, el 10 de diciembre , fecha conmemorativa de su muerte.
Este reconocimiento, crea diversidad de opiniones y discrepancias normales, de acuerdo con los afectos o animadversiones que los colombianos tengan por el mandatario colombiano. Los contradictores, que no faltan con críticas objetivas y subjetivas, no disimulan su extrañeza, manifestando que todo se reduce a la conformación de una comisión que negoció en Cuba la soberanía, autonomía y dignidad y la tradición democrática del país concediéndoles a las FARC muchos privilegios y gabelas que no tienen muchos colombianos de bien. Agregan, que el acuerdo excesivamente generoso y magnánimo, fue negociado sin pensar que la paz es un concepto con demasiadas connotaciones que concita muchas especulaciones y posturas ideológicas. Manifiestan asimismo, que aprobado el acuerdo, se sometió al plebiscito para su refrendación con la plena seguridad que sería aprobado mayoritariamente y ya sabemos lo que pasó : “ El pan se quemó sacándolo del horno “. En consecuencia, no era merecedor del premio Nobel.
Si miramos la cara contraria y hacemos otra lectura sin el calor del sectarismo, a la luz de la razón, con la imparcialidad que debe caracterizar a quienes analizan de otra manera los fenómenos que tienen una complejidad social y política, tienen otra mirada sobre la actuación obsesiva del presidente Santos de acabar con un conflicto, que si bien es cierto no es el único, si ha sido un dolor de cabeza para la sociedad colombiana que ha sufrido la violencia brutal de un grupo subversivo en su accionar de tantos años.
Es plausible que Santos, haya descuidado muchos aspectos de la vida nacional como responsable directo, se haya desgastado políticamente para sacar adelante con tozudez su proyecto de darle la paz a Colombia, lo cual es meritorio.
El premio, más que reconocido por sus méritos de gran conductor como líder y estadista y por logros cumplidos como fehacientes ejecuciones de orden filantrópica y altruista, si es un lenitivo y un energético que ayuda como combustible en el accionar con optimismo para continuar el viaje con la pertinacia, constancia y contumacia que le caracteriza en la llamada búsqueda de la paz.
Planteamos algunos conceptos que fluyen de esta experiencia con respecto a la actitud de personas que con la luz de la terquedad, se convierten en ejemplos, no importando si a lado y lado se apostan los contradictores a colocar obstáculos ocluyendo la vía que conduce a los objetivos finales.
La contumacia, no es para seres débiles de carácter. No todos tenemos ese “defecto”, que para otros, es una cualidad. El fracaso, pone a prueba a las personas para que desistan de conquistar lo inconquistable. No todos contamos con la compañía de la terquedad para iluminar el camino del éxito. Los primeros en oponerse a quienes osadamente se arriesgan a conquistar a veces lo inverosímil, son los envidiosos e ineptos que poco o nada hacen. La templanza, es hermana de la osadía y la debilidad de la cobardía. Para los optimistas, el camino es obscuro, pero se puede iluminar con la luz de la razón, para los pesimistas, el camino es obscuro por las sombras de su obnubilación. Para vencer, se requiere recorrer un largo camino lleno de obstáculos sembrados por los ineptos y envidiosos.
Vale decir, que el NOBEL de paz 2016, ya está adjudicado y que unos y otros, todos hermanos colombianos, debemos hacer fuerza para que no sea un galardón simbólico como premio de consolación a un presidente que perdió el plebiscito y que sus efectos sean para consolidar la paz que tanto anhelamos y nos merecemos.
Que no sea un motivo de discordia, por el contrario que depongamos nuestros intereses egoístas, para ponerlos al servicio de la patria que así lo reclama.
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