El psiquiatra Carl Gustav Jung fue el primero que habló de complejo; esa tendencia emocional y sentimental a sentirse fracturado, herido en relación con uno o con los otros. Existe una amplia gama de complejos: de inferioridad y superioridad, de Edipo y de Electra, de Peter Pan y de Patito Feo, la lista sería interminable.
Hoy me quiero referir a un complejo que ha nacido en la última decada entre los católicos, ha nacido por la creciente presencia de iglesias no católicas en nuestros ambientes. Es común encontrar que amigos y familiares han dejado su tibieza como cristianos católicos para abrazar comprometidamente una iglesia cristiana protestante. No se como bautizar este complejo, pero, se caracteriza por el excesivo acento a lo exclusivamente católico y de rechazo a todo aquello que no lo es. Es cierta inseguridad ante lo que somos y confesamos como creyentes y ese miedo nos lleva a descalificar todo de aquellos que se hacen llamar cristianos a secas, los tratamos de fanáticos, generalizamos sobre la vida los pastores, decimos que sus Biblias están llenas de errores, que sólo les interesa el dinero, que sus experiencias místicas son un montaje, que se trata de un lavado de cerebro, etc.
Lee uno responsablemente las páginas del Nuevo Testamento y jamás ve en las primeras comunidades desprecio o descalificación a las manifestaciones religiosas de los otros, su interés era vivir el evangelio y es que cuando se ha logrado una identidad cristiana, una seguridad plena de quién es el Camino, cuando ser católico es una opción y no una cuestión sentimental o heredada, la presencia de otros cristianos no católicos no debería producir ni ira, ni inconformidad, ni una exaltación morbosa de lo propiamente católico, a propósito el Papa Francisco es vehemente al insistir que la Iglesia Católica no puede ser auto referencial, es decir, la esencia de ser cristiano no está en hablar bien de la Iglesia católica, en otras palabras, una cosa es la evangelización y otra cosa es la publicidad y el proselitismo religioso, la verdadera fe no se mide con estadísticas, ni adeptos, la propuesta del Reino es algo más profundo.
Este complejo nos ha llevado a exageraciones que si no las corregimos pagaremos un precio muy caro, por ejemplo, el intenso énfasis en la religiosidad popular, el boicot sistemático a las protestas de aquellos que quieren reivindicar derechos de las minorías, la exaltación exagerada al culto mariano y a los santos, el formalismo sacramental y la búsqueda enfermiza de manifestaciones, curaciones, devociones y reliquias que reafirmen nuestra catolicidad, se trata de una constante rivalidad que se manifiesta en términos de competencia; el complejo es tal que sentimos un miedo de hacer algo que se asemeje a ellos porque puede contaminar la pureza de nuestra fe, señal clara de física superioridad farisea.
Los tesoros de la Iglesia católica, su apostolicidad, el Papa, los sacramentos, la liturgia, los templos tienen su razón de ser en la medida en que nos configuremos con la verdad que en ellos están contenidos, alardear de tenerlos no nos asegura la salvación.
El profundo desprecio a las iglesias protestantes habla muy mal de nuestra relación personal con Jesús. Una cosa muy distinta es el plano de la argumentación, del diálogo, de la apologética, del ecumenismo, a veces pareciera que el ideal de Jesús de que todos seamos uno se aleja cada día más por el despiadado interés de presentar cuál es la mejor y verdadera Iglesia o es que me equivoco cuando digo que aun aquellos que no son católicos los puedo llamar “hermanos”?.
Hace unos días me sentía verdaderamente aterrado porque el motivo de la discusión era si los católicos podíamos escuchar la música compuesta por cantautores de grupos cristianos no católicos, el fundamentalismo era tremendo, lo único que faltó fue de calificar a estos de endemoniados, eso sería como afirmar que no podemos escuchar el Mesías de Händel por ser calvinista o la pasión según San Mateo de Bach por ser luterano. A dónde queremos llegar cuando para presentar mi Iglesia debo hablar mal de la otras, esto lo único que demuestra es inseguridad y miedo, hemos pensado en la imagen que damos a la sociedad no creyente, agnóstica y atea con nuestras luchas y divisiones.
Cuando para presentar mi propuesta espiritual debo descalificar a otros quiere decir que no tengo seguridad, ni certeza en quien creo, quién es Jesús y cuál es su poder, alguien me podría decir, pero, es que ellos sí lo hacen, yo respondo, diciendo entonces, que estamos llamados a darles ejemplo.
La verdadera identidad cristiana es algo tan íntimo, tan fuerte, tan personal que se expresa en todos los comportamientos, en todo lugar, a cada instante; declararse católico no es un asunto de palabras, ni de bizarras discusiones, la mejor página del evangelio son nuestras vidas mismas. La etimología de “católico” traduce universal, todo lo contrario a sectario, así que nada de complejos, ni somos más, ni somos menos, somos de Cristo y Cristo de Dios.
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