Publicó LA PATRIA el pasado 8 de febrero el mensaje de una suscriptora que a la letra dice:
“Vivo aterrada, como si ustedes no tuvieran más de qué hablar que de la muerte de Orlando Sierra, acaso es la única persona que han matado en Colombia, en Colombia han matado a muchos, dejen ya descansar a ese señor y déjennos a nosotros descansar de ese nombre, pero todos los días hablan no hay derecho, cada día más mala LA PATRIA, el espacio que van a ocupar con ese señor, ocúpenlo dando noticias importantes, pero déjennos descansar ya de Orlando Sierra”.
Se puede reaccionar de una u otra manera, dependiendo de la posición que cada uno ocupe o haya ocupado con respecto a Orlando Sierra: lector, amigo, admirador, compañero de trabajo, enemigo, autor material o intelectual de su asesinato.
Pero la postura de la señora también refleja una actitud en la que ella, sin duda, no está sola, y que para describirla me quiero basar en una reflexión tomada de un ensayo y en una situación extractada de una novela.
En su ensayo Ante el dolor de los demás (que no conozco en su totalidad y sé de él por la cita que le hace Eduardo Posada Carbó en el libro La nación soñada) Susan Sontag reflexionó sobre lo que generan en las personas las imágenes sobre la guerra. Explica que estas “muestran lo que los seres humanos son capaces de hacer –pueden estar en disposición de hacer–, con entusiasmo y convicción”. Y concluye que dichas imágenes permanecen con el fin de que “no olvidemos”.
La situación de novela que quiero traer a cuento es de Esta historia, escrita por Alessandro Baricco. En un aparte se retrata a un joven que volvió a su pequeño pueblo después de haber batallado en la guerra. Cuenta el narrador que cuando el joven caminaba entre sus paisanos, estos no se atrevían a mirarlo a los ojos porque temían, precisamente, mirar la guerra de frente.
El mensaje de la suscriptora llega cuando en el país se profundiza –y no deja de ser más que inquietante– un debate sobre si estamos o no preparados para conocer toda la verdad sobre el conflicto armado, particularmente lo relacionado con el capítulo paramilitar.
Así que es muy elocuente el hecho de que alguien decida por su cuenta, sin que se le haya cruzado la mínima estela de un oscuro poder censurador, decida, repito, abstraerse de saber más sobre las razones para que nos estemos matando, o sobre quienes se han convertido en víctimas de la materialización de esas razones.
Mirar la guerra a los ojos no debe confundirse con un mero asunto de morbo. Más bien es adentrarse en esas imágenes que insisten en que “no olvidemos”. Pasar de agache, y sobre todo tener voluntad para hacerlo, es para una sociedad tan desesperanzador como peligroso.
Nos hablamos en @chernandezoso.
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