Cada vez es más común que surjan movimientos y estudios que pretenden promover el derecho al trabajo de las mujeres, así como unas buenas condiciones salariales para ellas. Lo curioso es que cuando las mujeres empezaron a trabajar, su actividad no era considerada como un derecho o un privilegio, sino como una necesidad. O, por lo menos, esto es lo que el filósofo y excelente padre de familia Carl. M. nos dice acerca de la sociedad europea de la época de la revolución industrial, cuna del movimiento feminista.
Todo empieza en el siglo XVIII con la invención de la máquina a vapor de James Watt. La producción de mercancías a mano o a partir de máquinas sencillas es reemplazada por la maquinaria, propiamente dicha. Desde ese momento, la fabricación se vuelve más rápida y fácil. La fuerza de trabajo del obrero pasa a un segundo plano, pues las máquinas asumen el papel protagónico y la producción en las fábricas empieza a girar en torno a ellas. La labor de los obreros se transforma, pasan a ser supervisores u operarios de las máquinas. Y, contrario a lo que podría pensarse, sus jornadas laborales no disminuyen sino que aumentan, pues gracias a la maquinaria, la cantidad de mercancías que se producen crece notablemente.
Debido al nuevo modelo de producción el desempleo es mayor, suscitando que los obreros empiecen a aceptar peores condiciones salariales con tal de tener trabajo. Y, de hecho, es tanto el aumento en la producción de mercancías que el efecto más notorio no va a ser el desempleo sino la explotación, respecto al salario y a la jornada laboral. Las consecuencias de esto en la economía familiar son directas, el dinero ya no alcanza para abastecer las necesidades. Las mujeres e, incluso, los niños deben salir a trabajar. Gracias a la maquinaria, la fuerza bruta ya no es indispensable. Mucha gente muere de hambre. Nadie está pendiente de los niños. La estructura familiar cambia por completo. Hay algunas huelgas que lo único que logran son ciertas legislaciones aisladas sin aplicaciones prácticas relevantes.
Así fue que las mujeres empezaron a trabajar, según el bueno de Carl, porque ni ellas, ni sus hijos, ni sus esposos, tenían con que comer. Trabajaban por necesidad, así como los hombres, no porque lo consideraran un derecho. Su modo de vida se altera, con el trabajo parecen ingresar en la vida social –si es que alguien cree, realmente, que antes de eso las mujeres no tenían prácticas sociales–. Ahora el jefe de la fábrica también les da órdenes. Pero esto era en la Europa de la incipiente revolución industrial, seguro en nuestro contexto actual las cosas son muy distintas.
PAC
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