Que un ex ministro traicione a su airado jefe, después de haber llegado al poder en su nombre, no es algo nuevo en la breve historia de la humanidad. Tampoco es nuevo que lo haga con la mayor desfachatez, frente a todos, hasta el punto de observar y celebrar con cinismo la condena –en algunos casos la pena de muerte– de sus antiguos compañeros de gobierno, aún subordinados por su belicoso ex jefe. Se trata del caso típico en el que un intrigante hábil, lacónico y presunto “jugador de póker” es desleal al hombre de carácter fuerte, demasiado fuerte, terco, extremista y de ambiciones tan desmedidas como su orgullo. Entre otros ejemplos, podemos resaltar el de Joseph Fouché.
Conocido como el duque de Otranto a partir de alguna época de su vida, lo que caracteriza a Fouché es ser un traidor sistemático. Esto, por supuesto, no es una virtud, propiamente dicha, pero sí una cualidad muy notable en el mundo de la política. Con los girondinos, está de acuerdo en pedir clemencia para el Luis XVI y, luego, traicionándolos, pide su cabeza, consumando el fin de la monarquía en Francia. Fouché ordena ejecuciones y, cuando se da cuenta de que los radicales van a perder el poder, posa de pacifista. Así, perjura a uno de los hombres más representativos de la Revolución Francesa, Robespierre, quien lo va a odiar visceralmente, entre otras cosas, por no haberse casado con una hermana suya.
Joseph Fouché salva su vida, pero no logra evitar ser castigado con el exilio y la pobreza por los crímenes cometidos en su época radical, cuando los radicales pierden el poder definitivamente. Luego de tres años, recupera su posición por haber servido a Barras, presidente del Directorio, como espía. Fouché es entonces nombrado ministro de policía de la República francesa, como relata Stefan Sweig en su biografía del político, fuente principal de este texto. Como ministro crea una máquina de información e intriga que solo él conoce y domina. Así se entera de las pretensiones de poder de Napoleón Bonaparte y, lo más importante, no le dice a nadie. Fouché se convierte de nuevo en traidor, pues al facilitar, en secreto, la llegada de Napoleón al trono, escupe a quien lo sacó del exilio y lo llevó de nuevo al poder: Barras.
Fouché se vuelve uno de los ministros más importantes de Napoleón, el hombre más poderoso del mundo, y es nombrado duque de Otranto, aunque el emperador no tarda mucho en darse cuenta de que su ministro no es del todo confiable. Le oculta información y mientras él se encuentra lejos, liderando una de sus múltiples batallas, intenta negociar en secreto la paz con Inglaterra. Por supuesto, esto molesta a Bonaparte, el general guerrerista, más que cualquier otra cosa. Lo releva de su cargo y Fouché es condenado nuevamente al exilio, pero esta vez es diferente porque puede permanecer en su palacio y multimillonario.
La traición de Fouché a Napoleón es, quizá, la más desfachatada de todas. Ocurre, por su puesto, cuando el poder de Bonaparte ha empezado a menguar, cuando el hábil intrigante se percata de que la gente desea la paz. No es que esa sea su motivación, pues la única motivación que conoce Fouché es la del poder para si mismo, la motivación es que gracias a su gran olfato político lo lleva a percatarse de que los vientos van a soplar en otra dirección. Un hombre de una naturaleza como la suya puede llegar, incluso, a firmar la paz impulsado por su propia ambición, y nada más que ella.
Fouché aprovecha la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo para poner al Parlamento y al consejo de ministros en su contra. Así, cuando el emperador Bonaparte regresa vencido a Francia, más iracundo que nunca, se encuentra con el hecho de que ha perdido todo el poder, ha sido liquidado. Napoleón Bonaparte queda solo. Así lo ve Fouche, más solo que nunca, y ese traidor sistemático parece disfrutar del sufrimiento de aquel hombre belicoso y terco, ahora más terco que nunca, privado de todo el poder de antes. La gente ya no quiere a Napoleón porque todos se han cansado de la guerra, de eso es de lo que se aprovecha Fouché para liquidar al emperador del que fue ministro.
Cuando el duque de Otranto llega al poder, después de haber traicionado también a Lafayette y a Carnot comete la última de sus traiciones, le vende la República a Luis XVIII –hermano del rey que él mismo condenó a la muerte– por una cartera en su gobierno. Pero la monarquía no le puede perdonar ese crimen y traiciona a Jospeh Fouché, incumpliéndole con el pago de lo que habían prometido a cambio del retorno al poder, despojándolo de su título nobiliario y condenándolo al exilio. El ex duque de Otranto muere en el olvido.
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