Alba Nelfy Bernal Orozco
LA PATRIA | Manizales
Y Perú se hizo realidad, por fin, después de soñarlo tanto, tuvimos el gran encuentro con la cultura Inca. Durante 15 días nos paseamos por Lima, Cuzco, Paracas, Ollantaytambo, Pisac, Puno, Pucará.
Visitamos por supuesto Machu Picchu (Cuzco), sobrevolamos las líneas de Nazca, navegamos hacia las islas Ballestas, hicimos una excursión en buggi por el desierto de Paracas, estuvimos en el Valle Sagrado, nos embarcamos por el lago Titicaca, además de adentrarnos un poco más en Lima.
De Machu Picchu y todas las ruinas, Cuzco, las ciudades incas y preincas en general, no hay mucho qué agregar, puesto que ha sido mucha la tinta invertida en su cultura. En esa inmensidad, en esa altura, en esa imponencia, es donde verdaderamente se escuchan ‘los sonidos del silencio’, famosa canción escrita por Paul Simón, 1964, como un homenaje sentido por el asesinato de John Kennedy, pero bien se pudo haber inspirado de pie en el último peldaño de la ciudad inca, desde donde se nos ofrece majestuoso todo el valle, circundado por colinas y peñascos que casi tocan el infinito. Lo que también queda, por supuesto, son innumerables interrogantes: semejantes fortalezas ¿Para qué? ¿por qué? ¿para quién? ¿Por qué ese afán desmesurado de conquistar la agreste y encumbrada montaña?
La misma reflexión se puede hacer para las líneas Nazca y la gigante representación de un candelabro o cactus, trazada en una colina de arena, que se observa desde el mar, rumbo a las islas Ballestas en Paracas: ¿qué significan? ¿para qué fueron grabadas? ¿por qué las esculpieron de tal forma que solo se pueden apreciar sus formas desde el aire o a kilómetros de distancia?
Entre peñas y desiertos
Luego de este impacto por tan grandiosa figura, nos acercamos a un magno espectáculo, esta vez de la naturaleza; el mar por milenios ha horadado las grandes peñas y ha formado arcos, que semejan ballestas, arma usada por los indígenas para cazar, de allí su nombre, lo que ha permitido moldear grandes cuevas que sirven de refugio a miles de murciélagos y aves (pelícanos, piqueros, guanayes, entre otros), que llenan todo el espacio con sus cantos y graznidos, pingüinos (especie endémica del Perú) y lobos marinos, y que retozan impávidos en sus islotes, los machos en pro de conquistar más hembras para su harem y las hembras procurando la comida y el cobijo para sus crías. Un fascinante espectáculo, sobre todo por su magnificencia.
También en Paracas se encuentra el desierto del mismo nombre, cuyo recorrido se hace en buggies, lo cual es parecido a subirse a una montaña rusa, a veces la cuatrimoto queda en lo alto como si volara, para luego caer y bajar por unas fenomenales pendientes, que más bien semejan paredes y nuevamente subir; en algunas de estas laderas, se puede uno deslizar en tabla y experimentar indescriptibles sensaciones. Allí el paisaje es completamente árido, solo arena hasta donde se pierde la vista; también este paseo es portentoso.
En Cuzco, luego de recorrer el Valle Sagrado, visitamos Awanacancha, donde además de apreciar llamas, alpacas, guanacos y vicuñas, mujeres nativas con sus trajes típicos, nos enseñan todo el proceso del tejido artesanal: esquilado, lavado, secado, tintura, hilado. En cuanto a la tintura, muestran las diversas fuentes para conseguir los disímiles colores, plantas, material de río, animales. Hay un color que predomina en todas las prendas y objetos que se elaboran en estas latitudes, es el rojo, pues bien, éste proviene de una animalito al que ellos llaman cochinilla, parásito que se incrusta en las hojas de los cactus, los cuales abundan en la región; de este huésped al ser destripado, brota el color rojo, así que recolectan este parásito, lo ponen a secar al sol, luego lo muelen con piedras, lo mezclan con agua en una olla de barro que ponen a hervir en fogón de leña, para sumergir allí el hilo y finalmente dejar ver ese rojo intenso que apreciamos en gorros, bolsos, carteras, bufandas. Muy enriquecedora la visita a Wanacancha cuyo significado es ‘Palacio de los tejidos’.
Travesía por el Titicaca
Cómo ir al Perú y no hacer una travesía por las aguas del lago navegable más alto del mundo, el Titicaca, el cual comparten con Bolivia y jocosamente los peruanos dicen que el Titi es de ellos y el resto de los bolivianos, mientras que estos últimos hacen la misma afirmación, pero al contrario. Allí conocimos las islas flotantes (40 islotes aproximadamente) de los Uros, indígenas que fabrican sus islillas con totora una caña natural que crece en los alrededores del lago; allí los nativos nos invitan a conocer sus viviendas, ofrecen sus artesanías y refieren en la lengua nativa sus rituales, la forma en la que fabrican sus parcelas, cómo cuidan el ambiente y cómo subsisten en esa agreste humedad. Igualmente fue una muy bella y acogedora experiencia. Seguidamente pasamos a la isla Taquile, esa si natural, desde cuyas terrazas incas se pueden observar las apacibles aguas del Titicaca y de donde salen, según los entendidos, las más bellas y mejor elaboradas artesanías.
En estas dos islas, manejan un sistema social comunitario, es decir todo lo que reciben se reparte entre las familias, por partes iguales. Allí todo el mundo tiene un rol en su sociedad y todos trabajan, incluyendo niños y ancianos, por supuesto su actividad va de acuerdo con las edades: recibir a los turistas, llevar los platos pedidos, asear los baños, compartir sus ritos y costumbres, etc. En Taquile, hay varios restaurantes, y para no hacerse competencia, ofrecen exactamente los mismos platos, así entonces no hay antagonismos y todos conducen hacia el mismo lado, y en beneficio de toda la comunidad, sin distingos.
Como dato curioso, en la mayoría de los pueblos visitados, excepción Lima, pululan los perros, son por hordas, duermen en los atrios de las iglesias y casas coloniales y en los andenes de las viviendas. Ante la inquietud de por qué esas jaurías, nos contaron los lugareños que los perros son tenidos como custodios, vigilantes de las casas, por lo tanto no les dejan entrar a las casas, más bien les ponen un costal o un cartón a la entrada, pues su misión, nos comentaron, es cuidar las viviendas no servir de mascota, de allí, la gran proliferación de caninos, por supuesto si se ven caminantes con sus perros de compañía, pero la generalidad, es esa.
Y sí, nos acercamos a los preincas, incas, su cultura, ritos, arquitectura y pudimos también interactuar con sus descendientes, que hoy, después de miles de años, viven orgullosos de sus mayores y cultivando para las generaciones presentes y futuras todo ese maravilloso legado.
*Periodista – Lic. En Filosofía y Letras
albanelfy@hotmail.com
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