A pesar de haber transcurrido treinta años desde aquella funesta fecha del 30 de septiembre del año de 1982, de ingrata recordación para nuestra familia, y estoy seguro para unos tantos amigos que igual que nosotros padecieron con el traicionero zarpazo que le diera la inclemente guadaña de la muerte a nuestro inolvidable padre "Porfirio Londoño Hoyos".
Hemos querido en este luctuoso aniversario, rendir un justo tributo de admiración a nuestro querido padre, quien como pocos supo cumplir con ese sagrado deber de esposo, con el inimitable papel de orientador de sus hijos, con esa ejemplarizante misión de ciudadano y con aquella inigualable postura como hombre cívico, aguerrido comerciante, dedicado político, amigo incalculable, y esto sin tener en cuenta la calidad de cristiano y caritativo hombre de Dios quien solo pudo encontrar en el más allá ese merecido premio de la gloria eterna.
Es que para Porfirio, el hambre de su vecino, congénere y amigo tenía nombre propio; "obligación", ya que la consideraba como propia, o como que si la sufriera uno de sus propios hijos, la necesidad del prójimo para él, era inaplazable, era asunto de primera monta, era asunto de impostergable solución; me volvería interminable si continuara expresando cosas y casos que hicieron admirable el efímero paso por este mundo de aquel incomparable amigo; hasta qué punto llegó la maligna envidia que lo condujo hasta el sacrificio; que Dios mi Señor perdone a quienes fueron responsables de tan cruento magnicidio puesto que en ningún momento supieron lo que hacían, tal y como lo promulgó en su propia palabra desde hace más de 2.000 años el mismo Jesucristo.
Solo consiguieron privar a un pueblo de un verdadero líder cívico, a una bella familia de la tutela de un inimitable padre, al Honorable Concejo de uno de sus más connotados miembros y ediles, a la iglesia de uno de sus más fervientes feligreses, y a los mendigos y menesterosos del más desinteresado filántropo; a su grupo político del más aguerrido líder, y a los amantes u obligados al crédito de uno de sus más honestos acreedores, y en general a un conglomerado del más incorruptible ciudadano.
Pidámosle al Dios nuestro Salvador que lo tenga disfrutando en el más allá de su santa gloria; porque a nosotros nos dio en el momento más apropiado la suficiente resignación para haber asimilado tan mortal golpe, y que el espíritu de tan buen padre continúe guiándonos por las sendas del perdón, del amor y del éxito.
A nombre de toda mi familia expreso un especial agradecimiento a todas las personas que nos acompañaron en este ágape, porque estoy seguro que ellos como yo lo han hecho de todo corazón en un inminente gesto de solidaridad, aprecio y respeto, y son precisamente estas cualidades y virtudes las que encontrarán un asidero en el más recóndito sitio del corazón de todos y cada uno de sus hijos, esposa, nietos, familiares y allegados.
Permítanme brindar por ustedes, por el eterno descanso de nuestro padre y por nuestra propia felicidad. ¡Salud!
Gracias.
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