B. EUGENIA GIRALDO
LA PATRIA | MANIZALES
“Lo que más me motiva es despertarme y saber que es un día menos para que esto termine”.
“He aprendido a equilibrar prioridades y motivaciones, y en disfrutar cada día”.
“Mis estudiantes son el motivo para levantarme con más esperanza”.
Algunas personas en los programas de Telesalud de la Universidad de Caldas hablan sobre las cosas que los motivan para seguir viviendo durante la pandemia, pero hay otros, tal vez ocultos, que todavía no ven una salida.
Es evidente que la covid-19 no solo produjo temor a un contagio, sino desconfianza, duelos sin resolver y signos de ansiedad o depresión que se alteraron. Así lo corrobora el psiquiatra y docente de la U. de Caldas Mauricio Castaño, quien sostiene que los indicadores demuestran que hay un poco más ansiedad y depresión si se comparan con el tiempo previo a la pandemia.
Entre los afectados, Castaño cita a los que viven solos, a los de menor nivel educativo, los estudiantes, no tener hijos o tener más de dos, también se han detectado más casos en aquellos que viven en la zona urbana y en el género femenino se ha encontrado un poco más de riesgo. También cita al personal que labora en instituciones de salud.
La ventaja, según Castaño, es que donde hubo mayor protección y más capacidad de adaptarse es en las familias estables, “se puede decir que a estas personas les fue mejor”.
Deterioro
Para Castaño, las poblaciones se afectaron de manera diferente. Es el caso de los mayores con deterioro cognitivo leve, que empeoraron, porque había menos estímulos, se quedaron encerrados, no tenían qué hacer y se incrementaron la irritabilidad y la intolerancia.
¿Y qué pasó con niños y adolescentes? Una investigación publicada en la Revista Colombiana de Psiquiatría muestra que al ser la edad en la que más se socializa, hallaron más dificultades para compartir con amigos, más impulsividad, depresión, usaron más la internet y registraron más problemas de sueño.
Y hay un dato preocupante, tanto mujeres adultas como niñas han estado más expuestas a la violencia sexual y doméstica, y entre los niños más riesgo de abuso con negligencia.
Otras barreras
El psiquiatra infantil y juvenil Felipe Agudelo precisa que salieron a flote otros elementos en los niños. “El año pasado hicimos un estudio en la U. de Manizales en población escolar, la mayoría, adolescentes, y se evidenció el alto estrés escolar y cómo ese estrés tenía una estrecha relación con el vínculo afectivo”.
Explica que en un alto porcentaje los adolescentes interpretaron ese vínculo como abandono, un control sin afecto y en un porcentaje muy pequeño un vínculo óptimo. Reconoce que la pandemia también lesionó sistemas familiares de los que dice, no se les ha dado una buena respuesta.
Los resultados, según Agudelo, requieren de un aumento de los equipos psicosociales y que aún hay dificultades para acceder a servicios de salud. “Si bien el sistema se modificó para atender la pandemia no cambió para atender las enfermedades mentales más allá de las líneas de apoyo”.
Añade que también implica poner el foco en las condiciones de vida que la pandemia debilitó. “Hay que pensar en una alimentación óptima, empleo, porque niños y jóvenes se están alimentando mal y eso también influye en su salud mental”.
Con lupa
El llamado que hace el psiquiatra Agudelo es a trabajar en la detección temprana de las violencias, que es otra deuda de la pandemia. Habla de violencia intrafamiliar, riesgo suicida, violencia interpersonal y consumo de sustancias psicoactivas. “En términos de violencia, la pandemia ocasionó fracturas en familias, que también deberían ser intervenidas dentro de lo que se propone en las políticas de salud mental”.
Agudelo admite que la conducta suicida en comparación con otros años disminuyó, lo que según él, es lo esperado dado que la gente se pone en modo supervivencia.
Por eso, invita a estar atentos a lo que sucederá este año y los siguientes, como lo previene la Comisión de Lancet de salud mental. “Este año va a hacer una primera ola más relacionada con estrés y angustia, una segunda en la que se verá más implicada la desesperanza y una tercera en la que habrá impactos en el neurodesarrollo, en el relacionamiento de las personas, en el aprendizaje y en la regulación emocional”, que para él, es la gran deuda que esta pandemia dejó en niños y adolescentes.
El experto en psiquiatría infantil y juvenil concluye que esta pandemia es casi una invitación para promover salud mental, involucramiento parental, detectar de forma temprana psicopatologías, atenderlos de manera integral, y trabajar por la inclusión social y la rehabilitación basada en la comunidad.
Bien lo dijo esta semana la directora ejecutiva de Unicef, Henrietta Fore, muchos niños se sienten asustados, solos, ansiosos y preocupados por su futuro. “Tenemos que salir de esta pandemia con una mejor estrategia para la salud mental de niños y adolescentes y ello empieza por dar al asunto la atención que merece”.
“Hay una desesperanza que puede ser una alerta para la sociedad, porque no hay que infundirles a nuestros hijos esa desazón como único camino, este es un síntoma social que debe ser atendido”, psiquiatra Felipe Agudelo.
Atentos
· Vigilar signos de alarma
· Trabajar en límites desde la ternura
· Estar pendientes sin ser inclusivos ni violentar la autonomía
· Permitir la autonomía, pero sin abandonarlos
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