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El Consejo Nacional Electoral (CNE) define los partidos políticos así: “instituciones permanentes que reflejan el pluralismo político, promueven y encauzan la participación de los ciudadanos y contribuyen a la formación y manifestación de la voluntad popular, con el objeto de acceder al poder, a los cargos de elección popular y de influir en las decisiones políticas y democráticas de la Nación”. Innegable que todas son funciones de vital importancia para el funcionamiento de un Estado democrático como el nuestro, pero al considerar que el CNE ya completó un listado de 31 partidos políticos a los que les ha reconocido su personería jurídica, el asunto toma otro tinte.
En un artículo que publicamos el pasado lunes sobre el boom de los partidos, analistas políticos del país reconocieron que esto solo lleva a dispersar el sistema político, a confundir al elector, a la representación precaria en los cargos, a ralentizar la toma de decisiones en lo público porque no es lo mismo tener concejos y asambleas con bancadas fuertes y que deciden según sus ideales y consensos a favor o en contra de un gobernante, que contar con una cantidad de bancadas unipersonales que poco o nada representan y más bien se vuelven apéndices de otros más fuertes.
La cifra de 31 partidos actuales, de todos los colores y tendencias, llevó a los analistas a recordar las épocas de la Colombia del inicio de este siglo. En el 2003 el país había llegado a 69 partidos con personería del CNE y cuentan que por lo menos otros 100 grupos hacían cola en esta entidad electoral buscando reconocimiento. Para nadie es un secreto que en un año electoral, la explosión de partidos en vez de brindar opciones es más bien un riesgo.
Parece que hay partidos que salen de la nada, cuyo interés es el del gamonal de turno, no de una ideología, sino que se busca es acceder a un reconocimiento jurídico para obtener estatus, para otorgar avales a diestra y siniestra y lograr representación política en los territorios. Esos son los llamados partidos de garaje, que se convierten en un peligro para la democracia porque promueven el clientelismo y en nada le aportan a la pluralidad de opciones para el ciudadano, al que los politiqueros usan como títere.
Muy positivo que haya representatividad de todos los sectores sociales; que la derecha, el centro y la izquierda hagan presencia en el espectro político colombiano y figuren como instituciones permanentes para alimentar la democracia, para generar el verdadero debate electoral, para proponer salidas de fondo al país según sus postulados y candidatos. Pero muy negativo y peligroso que sean partidos, o más bien empresas electorales, cuyo interés es acceder al poder para ganar poder y de paso mucho dinero.


En el 2003, el país inició una reforma política que normatizó con duros requisitos la existencia de los partidos y se logró bajar el número. Ahora cursa trámite en el Congreso de la República otra reforma al sistema electoral colombiano que ojalá ponga en cintura este problema y no se termine legislando en causa propia, lo que solo beneficia la politiquería.