Tanto Donald Trump, presidente de los Estados Unidos, como el dictador venezolano Nicolás Maduro admitieron que sus gobiernos llevan varios meses de contactos secretos en búsqueda de fórmulas para hallarle una salida a la crisis de Venezuela. Es una noticia muy positiva en medio del caos que reina en el vecino país, donde la economía y la seguridad pasan por su peor momento en décadas. Lo mejor que podría pasar es que el régimen chavista entienda que es imperioso abrir espacio al regreso de la democracia y que la oposición tenga la opción de llegar al poder en medio de mecanismos diáfanos y creíbles.
Las palabras de Maduro contradicen la afirmación categórica de Diosdado Cabello, quien funge como presidente de la Asamblea Constituyente, en el sentido de que tales aproximaciones con el gobierno de los Estados Unidos no se han dado. Resulta evidente que hay una búsqueda de salidas que, si bien ocurre por fuera de los canales institucionales, podría desembocar en una opción realista para que haya una transición en ese país. El mismo Trump asegura que son funcionarios de alto nivel de Venezuela con los que se mantienen esos contactos, para que se den las condiciones de respeto a la oposición política.
Obviamente, el mejor resultado sería un llamado a elecciones presidenciales anticipadas, en donde el proceso de contabilización de los votos sea ejecutado por un ente absolutamente neutral, con todas las garantías y con una observación internacional suficiente, que avale los resultados. La insistencia de los opositores para que se vaya Maduro sin la opción de volver a aspirar a ocupar el cargo tiene razones valederas, pero ante esta situación el momento histórico exige un mayor pragmatismo y darle campo a la posibilidad de que el líder chavista pueda volver a poner su nombre a consideración de los votantes. Tal y como están las cosas, sus opciones son mínimas, frente a un pueblo que siente el rigor de sus equivocadas políticas.
Hay que admitir que la alternativa que se buscó con el presidente de la Asamblea Nacional, Juan Guaidó, no pudo concretarse, y si bien esa presión ha sido útil, lo mismo que las sanciones económicas impuestas a los altos mandos del chavismo, actualmente se requieren fórmulas más creativas que no frenen la posibilidad de avanzar en un camino seguro de transición hacia la democracia. Es verdad que la mayor parte de los países reconocen a Guaidó como presidente interino del vecino país, pero también es cierto que quien tiene el poder real es Maduro, y sin él no será posible encontrar una salida pacífica.
Noruega también viene haciendo esfuerzos para avanzar en los diálogos entre los chavistas y los opositores. El camino no ha sido fácil y los resultados tienden a quedarse en un punto muerto, pero resulta fundamental agotar todas las vías diplomáticas que sean posibles antes de pensar en una salida de fuerza que sería muy costosa para el pueblo venezolano, pero también para Colombia, que recibiría el impacto de una migración desbordada, además de toda clase de efectos colaterales.
Desde nuestro país hay que abogar por el avance de los diálogos, en dirección a que haya una transición democrática sin la generación de nuevos conflictos. Entre más pronto se halle una salida pacífica mejor será para todos. Ya el mismo ministro de Exteriores colombiano, Carlos Holmes Trujillo, admitió que los aportes de los organismos internacionales representan un porcentaje mínimo de las exigencias de atender a los migrantes en el marco de los principios humanitarios. Cada día que pasa sin soluciones resulta bastante oneroso para el Estado colombiano.
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