Gran parte de los homicidios y de las lesiones personales que ocurren en nuestra región tienen origen en conflictos entre personas conocidas. De acuerdo con la Policía de Caldas, el 63% de los homicidios surgen por hechos de intolerancia, el 37% son por lucha entre estructuras del microtráfico. La gran diferencia hoy, con respecto a hace poco más de una década, es que ya no tenemos muertes a causa del conflicto armado.
Si se contara con alternativas permanentes de intermediación que buscaran superar por la vía del diálogo los problemas de ese 63% de intolerancia que anota la Policía, serían muchas las muertes y agresiones que se podrían evitar y podría lograrse una mejor convivencia en nuestros barrios, veredas, y en general en campos y ciudades. Si en las zonas urbanas las iniciativas de este tipo no son constantes, en las rurales estas alternativas pacíficas son aún más escasas. Por eso, hay que resaltar positivamente el programa de Justicia para el Campo que impulsa la Policía de Caldas con el apoyo de la Gobernación.
El pasado 9 de febrero, en la vereda La Floresta de Chinchiná, comenzó el recorrido que irá por otros cuatro municipios caldenses (Aguadas, Supía, La Dorada y Riosucio) en los que se mostrarán los distintos caminos de solución cuando surgen desavenencias y altercados entre las personas. Las opciones amigables de superar tales situaciones, a las que nadie puede sentirse ajeno, evitan hechos de violencia que en algunos lugares y circunstancias se han vuelto escenas cotidianas, anormales desde luego, pero naturalizadas de manera absurda. Si se logra un aprendizaje social alrededor de estas sanas conductas estaremos avanzando en la construcción de la verdadera paz que necesita nuestro país.
En nuestros campos, lamentablemente, son habituales los hechos en los que vecinos, familiares y conocidos terminan enfrentados a mano limpia, o con uso de toda clase de armas, con resultados lamentables de solo dolor y tristeza, y en algunos casos incluso sed de venganza. Con el tiempo estos problemas se acrecientan, se expande la onda de violencia en una especie de espiral que envuelve cada vez más a más personas, las cuales terminan involucradas en hechos delictuosos. En esos casos una intervención oportuna puede conducir a distensionar las relaciones y hasta a reconfigurar viejas y deterioradas amistades.
El diálogo es una herramienta poderosa que siempre debería considerarse como el primer paso y opción imprescindible en todo caso en el que haya algún tipo de incomprensión. El papel de la Policía en este sentido resulta fundamental, para que su presencia no se vea solo como organismo de represión y castigo, sino sobre todo como acompañante de procesos en los que la sana convivencia en las comunidades sea prioridad, donde los niños y los jóvenes crezcan con la idea clara de que no es con el uso de la fuerza ni de las armas como se resuelven los problemas del día a día.
El acompañamiento en estas jornadas de estudiantes de derecho judicantes de las universidades Luis Amigó y de Manizales, así como de representantes de Bienestar Familiar, la Comisaría de Familia, la Inspección de Policía y la Personería es bastante valioso para el logro del propósito de atacar las raíces de los conflictos que generan agresiones físicas. Que haya también trabajadores sociales y sicólogos apunta a lograr una estrategia integral que arroje resultados claramente positivos. Con el trabajo coordinado de todos los actores y el compromiso de las comunidades podrían atacarse de manera efectiva los fenómenos de drogadicción y, desde luego, el microtráfico, cuyos tentáculos llegan para infortunio a todos los rincones de nuestro territorio.
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