Es doloroso, sin duda, ver morir en un acto terrorista a dos decenas de jóvenes que solo tenían en su mente el objetivo de servirle a nuestro país, como es el caso de las víctimas del carrobomba que el Eln hizo estallar en la Escuela General Francisco de Paula Santander, en Bogotá, el pasado jueves. Ese es un acto que merece el repudio general y que tiene que ser condenado sin ambigüedades. Sin embargo, que el gobierno colombiano se proponga desconocer los protocolos establecidos cuando comenzaron los diálogos de paz con esa guerrilla en Cuba, que indican la manera en que debe ser levantada la mesa ante cualquier eventualidad, es algo que no corresponde a un Estado serio.
Ante el calor del momento y debido a la natural indignación que causan los actos de terror de un grupo que dice querer abandonar las armas y avanzar hacia la paz, es entendible que se piense en golpear de la manera más contundente a los responsables del hecho, pero si previamente se ha acordado una manera para deshacer la mesa, deben respetarse esos protocolos y aplicarlos plenamente. Eso significa que en un plazo de 15 días, y con presencia de delegados de ambas partes, el gobierno cubano envíe a los negociadores del Eln a Venezuela, y que de allí sean trasladados a territorio colombiano desmilitarizado. Esas son las reglas del juego pactadas, y no es serio el argumento de que eso fue cosa del gobierno pasado y que por eso no se respeta. Estas son actuaciones de Estado en las que se pone en juego la credibilidad y el prestigio internacional de Colombia como Estado de derecho.
No resulta sensato, por esto, insistir en que Cuba, que ha sido país garante, capture y extradite a los líderes elenos. Esa actitud lo único que logra es entablar una confrontación innecesaria con el país caribeño, el cual reaccionó de manera adecuada la semana pasada condenando el atentado, inclusive antes de saberse y confirmarse que hombres del Eln eran los autores. Colombia no necesita más enemigos, y menos cuando se les incita a los cubanos a actuar de una manera totalmente contraria a la que se le había dicho que sería su papel si la mesa de diálogos era levantada por cualquier motivo.
Es cierto que en las circunstancias actuales no queda más camino que suspender las conversaciones, debido a que los elenos no han dado muestras reales de voluntad de paz, porque si su intención con el atentado era ablandar al gobierno colombiano y endurecerse ellos en una eventual mesa, no se puede ceder al chantaje. Sin embargo, eso es distinto a desconocer las reglas de juego; además, es el Eln el que está quedando mal ante el mundo, que incluso el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas se pronunció en su contra. Mal le queda al gobierno igualarse con los terroristas y responder de manera arbitraria. Una vez regresen a Colombia, lo que sí debe hacerse es perseguir con toda energía a los miembros de la jefatura de esa guerrilla y llevarlos a prisión para que paguen por sus crímenes.
Además, los colombianos deberíamos tener claro que el camino de la confrontación no es el que nos llevará a la paz. Si bien, es posible que una estrategia militar desde el gobierno puede debilitar a esa guerrilla, lo cierto del caso es que la salida negociada siempre será el mejor camino hacia ese objetivo. Tal vez no sea este el momento, pero seguramente más adelante será necesario volverse a sentar a negociar y para ello se requerirá el respaldo internacional, como ocurrió en el caso del proceso con las Farc, pero si no se han respetado los acuerdos mínimos como el de los protocolos mencionados no se tendrá la confianza para obtener dicho acompañamiento.
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