Caldas cumple con el estándar internacional de 300 policías por cada 100 mil habitantes, como lo calculan las Naciones Unidas, lo que nos deja muy bien parados en materia de seguridad, por lo menos en lo atinente al personal dedicado a brindar estas garantías. Manizales, visto de manera independiente, también está bien en los estándares.
No obstante, a los secretarios de Gobierno de los 27 municipios, en general, les preocupa lo que ocurre en la cotidianidad con el microtráfico y el consumo de estupefacientes, y piensan que sería ideal tener un mayor pie de fuerza para conjurar ese problema y las demás conductas que se expresan en formas de inseguridad en la región. De hecho, municipios como La Dorada, Neira, Chinchiná, Palestina, Anserma, Aguadas, Riosucio, Risaralda, Manzanares y Supía están en la lista de prioridades.
Esa percepción coincide con la del secretario de Gobierno de Caldas, Jhon Jairo Castaño, quien pese a destacar que el 83% de los caldenses califican de manera favorable la seguridad en el departamento, donde también las estadísticas muestran reducción en hurtos y más capturas, el microtráfico es una realidad preocupante, generadora de toda clase de delitos. Si bien aquí el gran problema no son los homicidios, hurto y lesiones personales, como en el promedio de Colombia, el microtráfico sí es causante de situaciones que llevan a asesinatos, riñas y atracos en diversas formas.
Lo fundamental en este panorama es que más que atacar los síntomas se ataquen las causas: más que perseguir al consumidor de drogas es fundamental llegar a los dueños de los cargamentos de alucinógenos que se distribuyen en los barrios y desarticular desde arriba esas estructuras criminales. Allí el trabajo coordinado de las autoridades es clave, y si es posible tener más pie de fuerza para ello, muy bien; pero con el personal que se tiene debería poder cumplirse esa tarea. El foco de acción, entonces, no es ni siquiera el jíbaro, sino la cúpula de la cadena. Este enfoque debería ser enfatizado en el Plan Integral de Seguridad y Convivencia nacional y del departamento (PISC).
Para avanzar en una percepción mayor de seguridad, lo que se necesita es cimentar una mayor cercanía y confianza entre las comunidades y la Policía, para lo cual se requieren estrategias variadas que van desde mayor permanencia en las calles de los agentes, hasta actividades colaborativas de sus miembros con las comunidades en distintas tareas que generen familiaridad, que arrojen como resultado que el Policía sea visto como un amigo, un protector, y no alguien que genere temor o cause resistencia.
El rescate de muchos jóvenes de las garras de las drogas puede lograrse con intervenciones comunitarias de la institución policial que signifiquen un verdadero acompañamiento, y como puertas de entrada a nuevas alternativas positivas para los jóvenes y sus familias. Cuando se piensa en la antigua figura del policía de cuadra, o por lo menos aquel que se percibe en el barrio como alguien que protege y a la vez ayuda a orientar a niños y jóvenes acerca de lo correcto, surge la esperanza de tener una sociedad más sana y ética, y menos violenta.
Otro punto de reflexión tiene que ver con la permanente rotación que se hace de comandantes de Policía, tanto en la Metropolitana como en la Departamental, lo cual muchas veces rompe procesos que deberían tener continuidad para que arrojen buenos resultados. Como sea, lo fundamental es que sin importar quién esté al frente de la institución pueda lograrse mayor cercanía con las comunidades y una sólida confianza, de tal manera que pueda llegarse a la raíz de los problemas y no quedarse solo en lo que está a simple vista.
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