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La Administración Municipal acaba de sacar a licitación, por $12 mil 129 millones, las obras de la primera etapa de la restauración de la Concentración Escolar Juan XXIII, un edificio emblemático de la ciudad construido en 1912 y con graves problemas de deterioro en su estructura, pero que, por el mandato de una acción popular, interpuesta por el ciudadano Enrique Arbeláez Mutis y fallada hace 10 años, tendrá que ser rescatado del riesgo de ruina al que ha estado avocado. Es, sin duda, una gran noticia que después de tanta espera se tenga una partida inicial para invertir en lo que se ha llamado la primera etapa de esa restauración.
Las características de la edificación, levantada en bahareque, tan propio de la arquitectura de esta región obligan a que los trabajos que allí se ejecuten sean especializados, y que al mismo tiempo se asegure una permanencia que aporte no solo una nueva vida a esa estructura, sino permita su uso de diversas formas en las que se convierta en materia viva de la cultura local, donde se respire ese aire propio del arte y que sea punto de encuentro de muchas expresiones que aporten a fortalecer el espíritu cultural de Manizales.
Está muy bien que, por fin, se intervenga el edificio y se avance en su rescate, con miras a completar los $24 mil millones que se requieren, que en un 50% provienen del Ministerio de Cultura. También es clave que se garantice transparencia en el proceso de adjudicación del contrato, que debe quedar en manos de expertos en la intervención de un bien patrimonial como este.
Sin embargo, hay una tarea pendiente con la que se ha especulado mucho, pero en nada se ha concretado, y es la definición del uso que se le dará a la Juan XXIII una vez esté restaurada. Aunque sabe que deberá empezarse a llamar Centro Cultural de Manizales, aún no está claro cómo estarán distribuidas las distintas áreas.
Se ha dicho que allí estará la Biblioteca Municipal, pero es incierto aún qué espacios del edificio la tendrán alojada. También se ha dicho que allí podría estar el Museo de Arte de Caldas, pero la situación es la misma en cuanto a la incertidumbre de su ubicación y áreas disponibles. A eso se suma que se tendrían salas de música, auditorios, espacios para actividades infantiles, y hasta se afirma que organizaciones dedicadas a la protección del medioambiente estarían allí. Ya es hora de que los usos que tendrá el edificio restaurado estén claros, con una distribución sensata y muy bien definida. De hecho, hace rato ese ejercicio debió hacerse y es urgente acometer la tarea.

La ubicación central de la Juan XXIII y sus características arquitectónicas que hablan de la historia de Manizales deben ser muy bien aprovechadas, con coherencia y uniformidad. Sería imperdonable que sus usos se conviertan en una colcha de retazos, con actividades diversas que no guarden relación con un edificio de su importancia, que en el 2005 fue declarado Bien de Interés Cultural de la Nación.