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El presidente Iván Duque Márquez, tras la salida de Guillermo Botero de la cartera de Defensa, debido al escándalo de los menores de edad muertos en un bombardeo del Ejército en Caquetá, designó en ese ministerio a Carlos Holmes Trujillo, quien se venía desempeñando como ministro de Relaciones Exteriores. A su vez, en el cargo de jefe de la diplomacia nombró a la exsenadora vallecaucana Claudia Blum de Barbieri, con lo que le envió al país el mensaje de que, por el momento, no está dispuesto a romper con su empeño de gobernar solo con personas surgidas de su partido, el Centro Democrático.
La actual coyuntura, en la que se tramitan en el Congreso de la República iniciativas tan importantes como la corrección de la Ley de Financiamiento, que debería ser aprobada sin mayores cambios a lo que recibió el visto bueno a finales del año pasado, requiere del acopio de respaldos suficientes que no entorpezcan su avance en las comisiones y plenarias. Quedan menos de 30 días, además, para discutir otras iniciativas que el Ejecutivo considera importantes como la etapa final de la Ley de Regalías, la cadena perpetua para violadores de niños y la prima extralegal que impulsa el uribismo. Otros proyectos anticorrupción que debieron tener mensaje de urgencia tendrán que ser discutidos.
Muchos analistas creyeron que la salida de Botero sería aprovechada por Duque para mostrarle al país su sello propio y asegurar la presencia de otras fuerzas políticas que lo acompañen en su gestión. Eso no pasó, y por el contrario los partidos Liberal, de la U y Cambio Radical parecen estar dispuestos a mostrarle al mandatario que los necesita para poder asegurar el cumplimiento de su agenda legislativa. Tal escenario no parece muy conveniente cuando al gobernante también se le viene encima una jornada de protesta, el próximo 21 de noviembre, que podría convertirse en una demostración amplia de descontento con sus políticas. Lo que debe considerar urgente ahora el presidente es la gobernabilidad y los pasos que está dando parecen apuntar hacia el camino contrario.
Como se le viene pidiendo al mandatario desde el pasado 27 de octubre, cuando apareció en el país una nueva realidad política, se requiere un cambio profundo en su gabinete y una reorientación de políticas que permita pasar definitivamente la hoja, abandonar el espejo retrovisor y empeñarse decididamente a construir escenarios reales de paz de la mano de todos los colombianos. Persistir en un estilo de gobierno que en sus primeros 15 meses viene cosechando fracasos, uno tras otro, y que en las mediciones de favorabilidad lo ubican en niveles muy bajos, es solo una actitud tozuda que podría terminar afectando de manera grave la confianza y el optimismo de los colombianos, con impacto negativo para la economía y el bienestar general.
Ojalá que el presidente reaccione a tiempo y corrija el rumbo, es nuestro deseo que el capitán del barco acierte en sus decisiones, ya que de ello depende en buena medida un mejor porvenir para todos. Hay reformas fundamentales que no dan espera y sobre las cuales hay expectativas de acciones contundentes desde el Ejecutivo, como las de la política y la de la justicia, que solo podrán sacarse adelante si Duque cuenta con un respaldo amplio en el Legislativo. Tratar de mantenerse en contra de la corriente solo generará un gran desgaste que nos perjudicará a todos.

Urge que el presidente dé el golpe de timón que el país espera. No puede ocurrir que los colombianos perciban que no hay comandante, que el barco va a la deriva, cuando lo que se requiere es un liderazgo claro que nos comprometa a todos con sacar adelante a Colombia de los momentos difíciles que vive.