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La intervención del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en la 72 Asamblea General de las Naciones Unidas, resultó como se esperaba, llena de epítetos y de amenazas. Su lenguaje alejado de lo diplomático y de las formas del entendimiento resultó tan incendiario y agresivo como cuando estaba en la campaña para llegar a la Casa Blanca y atacó de todas las formas posibles a quienes no compartían sus puntos de vista, incluso a muchos de sus mismos copartidarios en el Partido Republicano. Esta vez había razones para cuestionar a Corea del Norte, Venezuela y hasta a la misma ONU, pero su forma de expresar tales reclamos resulta totalmente inadecuada.
Si bien es pertinente el llamado para que ese organismo se renueve y salga de su comodidad burocrática, los términos usados por el mandatario no son aceptables. Desconoce de manera ligera el papel que han jugado las Naciones Unidas para que el mundo se haya mantenido en relativa paz desde la Segunda Guerra Mundial hasta el momento, y también esgrime un discurso nacionalista muy contrario al lenguaje de la cooperación multinacional que encarna la esencia de dicho organismo, del que hacen parte países de las más diversas posturas políticas y condiciones económicas.
Amenazar con recortar recursos para las misiones de paz de la ONU es un gran despropósito; sin ello sería muy poco probable que en Colombia las antiguas Farc estuvieran desarmadas y que se estuviera caminando hacia la implementación total de los acuerdos de paz. Así mismo, eso de que la soberanía de las naciones es el principal pilar del sistema mundial es solo una forma de decir que los Estados Unidos harán lo que quieran en el mundo, sin importar qué piensen los demás países que conforman la ONU.
Se despachó Trump en contra de Corea del Norte, con una amenaza de "destrucción total" que no corresponde al deber ser de un escenario como el de las Naciones Unidas. Desde luego que es necesario actuar con firmeza para neutralizar los posibles daños que el régimen de Kim Jong-un pueda ocasionarle al mundo con sus posiciones hostiles, pero lo peor que puede hacerse con un desquiciado como ese es llevarlo a que reaccione de manera violenta. Lo dicho frente a Irán también resulta una provocación innecesaria, cuando debería garantizarse que su programa nuclear sea desmontado. Además, tomar estos asuntos de manera personal puede resultar muy perjudicial para todos, cuando deberían usarse las herramientas persuasivas de las Naciones Unidas para ponerle hielo a esos conflictos.
La actitud guerrerista del mandatario estadounidense coincide, infortunadamente, con la reciente aprobación en el Senado de ese país de un gran presupuesto militar destinado a fortalecer la presencia en el Oriente Medio, donde el problema sirio se agrava cada día más, sobre todo desde el punto de vista humanitario. Trump muestra sus deseos de caminar en una dirección totalmente opuesta a los objetivos para los que se creó la ONU, que fueron mantener la paz y creer en un mundo diverso, global y multipolar. Tal actitud, en la que impera el miedo y la intimidación, resulta muy peligrosa en los actuales momentos.

Con respecto a Venezuela, el presidente norteamericano también se refirió en duros términos, que compartimos en parte, ya que es cierto que el vecino país se ha convertido en una dictadura en la que se pisotean los más mínimos principios de la democracia. Sin embargo, en la boca de Trump tales palabras no parecen coherentes. Es positivo que mandatarios latinoamericanos, entre ellos el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, se hayan sentado a conversar con el líder estadounidense acerca de las posibles soluciones para Venezuela, descartando cualquier posibilidad de intervención militar.